Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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miércoles, 23 de febrero de 2011

La Danza del Laberinto

Laberinto realizado con farolillos. Diseño de Agnes Barmettler.
Instalación ritualizada en Kuntsmuseum Luzern 2010. Ver vídeo:


...Omito decir que no es posible encontrar ningún antiguo rito de iniciación sin danza, por supuesto los de Orfeo y Museo, y los más importantes bailarines de la época que establecieron tales ritos, al disponer como algo bellísimo que la iniciación se hiciera con ritmo y danza. Aunque las ceremonias son así, debo callarme por los no iniciados, pero todos han oído decir que a los que anuncian los misterios la gente los llama "los danzantes".

Luciano de Samosata, Sobre la danza (XV, 177)


"Es pues el cosmos mismo, el orden sublime del cielo y sus movimientos un corro y una danza. Según el parecer de los antiguos pitagóricos, alrededor del centro del universo bailan los divinos cuerpos celestes, el sol, la luna, nuestra tierra y los planetas. Por eso el hombre los venera, les responde con el baile, y bailando se convierte en su imagen. Éste es el sentido originario de los bailes cultuales griegos y de todos los pueblos arcaicos religiosos".

Walter F. Otto. Sobre la danza de la escuela de Elisabeth Duncan



Karl Kerényi (1897-1973) fue uno de los más reputados investigadores del simbolismo religioso así como del pensamiento mitológico y filosófico de la Antigüedad. Participó en las reuniones del Círculo Eranos dirigido por C. G. Jung, con quien colaboró en la obra Introducción a la esencia de la mitología. El mito del niño divino y los misterios eleusinos. De sus numerosos ensayos en revistas especializadas y libros publicados destaca su estudio de referencia En el laberinto. Parte de su capítulo primero titulado Estudios sobre el laberinto:el laberinto como reflejo lineal de una idea mitológica, trata sobre la importancia de la danza en los ritos cultuales relacionados con el laberinto en la Grecia antigua. Ocupará la primera parte de esta entrada. Le seguirá Danzas y juegos, del capítulo Meditación, danza y tinieblas de la obra de Paolo Santarcangeli El libro de los laberintos, que teniendo como referencia la obra de Kerényi ampliará con otros interesantes hallazgos el tema de la relación Danza-Laberinto. Las imágenes y vídeos han sido añadidas por Fragmentalia para ilustrar los textos.
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Danza, por Karl Kerényi

Cualquier investigación sobre el laberinto debería basarse en la danza. Los testimonios literarios y arqueológicos sobre danzas y juegos laberínticos son de lo más primitivos, tanto por la antigüedad como por sus características. Únicamente a la propia figura del laberinto -como espiral (o meandro) proyectada hacia dentro y fuera- se le puede seguir el rastro en el área mediterranea arcaica. Sin embargo, la figura es silente y atemporal en sí misma: un gesto primigenio, que permanece evocador, donde quiera que aparezca. Sólo cuando se hace más compleja, comienza a hablarnos de sí misma. Una danza de laberinto es mencionada y descrita por primera vez en Grecia en la Ilíada (18.590):

"El muy ilustre cojitranco (Hefesto) bordó también una pista de baile semejante a aquella que una vez en la basta Creta el arte de Dédalo fabricó para Ariadna, la de bellos bucles. Allí zagales y doncellas, que ganan bueyes gracias a la dote, bailaban con las manos cogidas entre sí por las muñecas. Ellas llevaban delicadas sayas, y ellos vestían túnicas bien hiladas, que tenían el suave lustre del aceite. Además, ellas sujetaban bellas guirnaldas, y ellos dagas áureas llevaban, suspendidas de argénteos tahalíes. Unas veces corrían formando círculos con pasos habilidosos y suma agilidad, como cuando el torno, ajustado a sus palmas, el alfarero prueba tras sentarse delante, a ver si marcha, y otras veces corrían en hileras, unos tras otros".

Si bien Homero no utiliza el término laberinto. Pues originariamente no se llamaba labyrinthos aquello que se representaba a través de la danza, ni tampoco la muerte era concebida como lugar mítico, en el que se entra y tal vez se alcance a salir, sino algo desde donde se podía divisar aquel lugar o a través del cual podía representárselo: primero, una construcción subterranea, después, el edificio legendario. La transferencia de la palabra labyrinthos a la danza no tenía por qué producirse. No obstante, la definición de las danzas de laberinto está en todo caso tan asegurada como la de la espiral laberíntica: o bien a través de los mismos personajes mitológicos o por la propia forma, o por ambas circunstancias al mismo tiempo. Homero conoce un lugar para la danza (chorós), que Dédalo había preparado en Cnosos para Ariadna. Asimismo, tal y como se bailaba en aquel famoso lugar, los jóvenes y doncellas lo hacían en aquel otro que había representado Hefesto sobre el escudo de Aquiles (detalle de una reproducción en la imagen): con las manos enlazadas por la muñeca, "muy levemente, como cuando un ceramista sentado delante del torno compueba con la mano su forma de girar". Todo el grupo se movía en círculo, en unión, tal y como rodaba el borde de aquel torno. Aunque podía tratarse de una hilera muy larga, pues muy pronto "un grupo bailaba al encuentro del otro". Esto debió ocurrir, necesariamente, cuando la hilera giraba en una línea espiral o meandro, o bien cuando volvía sobre sus pasos dentro de la figura laberíntica compleja: los bailarines que iban delante se movían paralelamente y en dirección contraria a aquellos que les seguían. La concepció de las dos formas de laberinto descritas correspondía a un mismo canon. Como esquema básico se puede intuir una figura laberíntica, y precisamene esta posibilidad es confirmada por múltiples fuentes antiguas. En primer lugar, por la mención que Homero hace de Dédalo y Ariadna. Y en segundo lugar, por el comentario de los escolios, según los cuales Teseo habría interpretado esta danza junto con los sipervivientes después de vencer al Minotauro, imitando su caminar por el laberinto -entrada y salida- . El arte de esta danza se lo había enseñado Dédalo.(...) Otra confirmación nos viene de la danza de Delos en honor de Afrodita, que en aquel lugar era una figura superior de Ariadna, como Ariadna Afrodita en Amatunte. Esta forma presupone la muerte de Ariadna (los de Amatunte la tumba de Ariadna Afrodita), por lo que al mismo tiempo ahora podríamos hablar de figura de Perséfone, de una diosa cuya idea -además de corresponder exactamente a la esencia de Perséfone- unía la vida y la muerte. Según la leyenda delia de culto, Teseo fue quien trajo la imagen de veneración de la diosa, obra de Dédalo y regalo de Ariadna, y junto a sus compañeros realizó por primera vez en Delos esta danza, que con sus giros y vueltas imitaba al laberinto. Con este baile se celebraba la salvación y al mismo tiempo lo mortal , es decir, la muerte de la que fueron librados. La celebración tenía lugar por la noche. Entre las inscripciones sobre gastos encontrados en Delos, se mencionan las luces que se necesitaron para los bailes de la fiesta de Afrodita. No es del todo segura la mención que hace referencia a las cuerdas que sirvieron para lamisma fiesta. Hay autores romanos que citan una cuerda en los bailes griegos, como lo hace Livio de una fiesta de la diosa del inframundo y doncella raptada, Perséfone: "con la cuerda en las manos, acompasando su paso con el canto, caminaban las doncellas"; así se celebraba el chorus Proerpinae en Roma, siguiendo el modelo griego. En la ejecución de esta figura de la danza, los bailarines toman una cuerda. Esto era sobretodo muy necesario cuando el baile en espiral era complicado. La orientación de la danza de Delos se puede deducir, pues daban vueltas alrededor de un altar formado por cuernos, pero exclusivamente del lado izquierdo. La izquierda es la dirección de la muerte. Así se movía la danza, como en el baile maro, rumbo a la muerte, para conducir finalmente al origen de la vida. La cuerda como requisito imprescindible y el extraño nombre de la danza -se llamaba geranos, "danza de las grullas"- son dos características llamativas que deberemos de observar de cerca. Ambas se relacionan íntimamente, ya que el conductor del corro se llama gernulkos. El nombre indica que estas "grullas" eran "arrastradas" por su conductor: los danzantes llevaban en su mano, como quien dice, el hilo de Ariadna. Y del mismo modo que éste se soltaba y recogía, los bailarines del geranos llevaban su cuerda primero hacia adentro y luego vuelta atrás. La dirección no cambia: en el centro de la espiral el bailarín gira en un continuo movimiento, que desde el principio es un moviento alrededor de un centro invisible. Pero, a partir de ahora, ya no es en dirección de la muerte, sino en la del nacimiento. Esto también es aplicable a Delos, la isla donde nació Apolo. Se creía que la danza de cuerda descrita por Livio debía ser "griega , apolínea". No es una definición que agote el tema. Habrá que considerar todavía dos elementos: lo femenino, que corresponde al nacimiento, y lo arcaico mediterráneo. En las cuentas de Delos también se menciona con el mismo requisito los bailes en las fiestas de Ártemis y especialmente aquellos de Ártemis Britomartis.

Ártemis Britomartis, señora de la vida y de la muerte

Britomartis es una figura cretense de Ártemis que con el mismo derecho puede llamarse como una figura cretense de Perséfone. En este caso se hacen visibles las relaciones entre Creta y el parentesco en el culto a Perséfone. En Delos Ártemis también fue la diosa del nacimiento, y ya estuvo en el nacimiento de su hermano Apolo. Las tres diosas -Ártemis, Britomartis y Perséfone- se asocian con la muerte o el nacimiento, o con ambos al mismo tiempo. Si se buscan analogías a este baile, hay muchas, especialmente en los paises balcánicos; aunque los más llamativos son los bailes de mujeres, que hoy en día todavía siguen vivos en la Italia meridional o Grecia: sólo para recordar algunos, los bailes que en Italia se llaman significativamente Tratta (de trarre, "arrastrar"), los de Corfú, el baile de pascua de las mujeres de Megara. La representación de un coro de mujeres en una tumba de Ruvo se ha comparado con estos ejemplos más recientes. Tanto aquí, como en la danza de Corfú, los hombres aparecen como conductores del corro. Las mujeres les siguen con los brazos cruzados, enlazadas las unas a las otras, lo que aún llama más la atención, pues las manos entrelazadas constituyen una rareza en las danzas griegas. Esas mujeres son literalmente arrastradas por las manos.

A un culto de mujeres, del que están excluidos los hombres -como son los de Deméter y Perséfone-, pertenece el coro de los rituales de las tesmoforiantes, donde las bailarinas también se mueven en corro y en círculo, cogidas de las manos, igual que en el baile al que alude Terencio: tu inter eas restim ductans saltabis. Este es el distintivo que se otorga al hombre que en su casa tolera la alegre actividad demétrica del mundo de las mujeres. Esta línea nos conduce a una esfera en la que las mujeres están esencialmente en sus dominios: en el círculo de la muerte y el nacimiento. En este ámbito, el tirón hacia el inframundo no es nada asombroso y es probable que siga más allá de la vida. ¿Pero, cómo debemos entender que sean grullas , aquellas que son "arrastradas" en los geranos? Se podría suponer que habiendo observado en alguna ocasión la semejanza entre el propio arrastre y el de aquellas aves migratorias, entre el propio juego y la conducta de las grullas, posteriormente el baile pasara a llamarse geranos. Pero también entonces surge una reflexión: que esta identificación de los bailarines con las aves pudiera significar algo más profundo. Se creía haber descubierto una amplia semejanza entre el vuelo inspector de orientación de las grullas y el baile del laberinto, y así parecían confirmarlo los comentarios de los pescadores y campesinos samios. Un estudioso de Grecia informa sobre esa cuestión sin dejar de pensar en la muerte: "danza a la manera de las grullas", sino también "la danza del tiempo en que vuelan las grullas", es decir, en otoño, en un día de celebración fúnebre por Ariadna. También hace referencia a los testimonios de otros laberintos, en los que la idea de la muerte destaca tan claramente como en el laberinto egipcio descrito por Heródoto, o en el etrusco mencionado por Varrón, en la tumba del rey Porsenna. Y cita la inscripción del laberinto del mosaico de Hadrumeto: "quien aquí permanezca encerrado pierde la vida. Con estos antecedentes no se carcateriza el laberinto vivo, la danza geranos, sino únicamente la figura muerta: en la danza se habla de prisión y liberación, se habla de muerte y al mismo tiempo del más allá. De cuán profunda y seria es esta identificación en los danzantes primitivos, puede dar fe cualquier etnólogo. Que estamos tratando un caso primitivo o, mejor dicho, originario, lo demuestra una de las más antiguas representaciones del laberinto. Hace ya mucho tiempo que se ha utilizado la arcaica jarra etrusca de Tragliatella, con la representación del juego de la truia, para interpretar el mencionado verso de Homero. En la jarra se puede ver a siete jóvenes guerreros bailando y dos jinetes igualmente lampiños. Detrás del primer jinete se sienta un mono, detrás del segundo -como si ambos viniesen de aquel lugar- está dibujado el complicado laberinto en forma de mapa, que no aparece en las monedas de cnosos hasta el año 200 a. C. En la inscripción etrusca del laberinto se puede leer: truia. La palabra indoeuropea, probablemente etrusca de procedencia latina, significa "baile del molinillo": el diminutivo apropiado -trulla por trua en latín- corresponde a "molinillo". El dibujo muestra las reglas básicas del juego de Troya descrito por Virgilio:

"Y van trenzando giros y más giros y aparecen en combate, ahora huyendo o dejando la espalda al descubierto, ahora vuelven sus armas dispuestas al ataque, ahora han hecho las paces y ya van pareados cabalgando. Como es fama que antaño, allá en la Creta montañosa tenía el Laberinto un pasadizo entretejido de paredes ciegas, y una equívoca trampa con sus mil direcciones en donde iba cortando la señal de avanzar una maraña inextricable que no dejaba echar pie atrás, con parecida traza los hijos de los teucros en sus potros van trabando sus pasos y entretejen su juego de fugas y de asaltos, igual que los delfines que, nadando en el piélago espumeante, sesgan el mar Carpacio y el libio entre retozos por las olas". Eneida (V, 585)

Reproducción del diseño en la jarra etrusca de Tragliatella


El mismo Virgilio aporta la comparación con el laberinto cretense, pero también con los juegos de los delfines. En el quinto canto de la Eneida culminan los juegos fúnebres en honor de Anquises, en el llamado Ludus Troiae o Troiae decursio. Según la descripción de Virgilio, se trata de una especie de competición entre jóvenes, y según un espectador antiguo, de un "baile de caballos" y de un misterium. De todas formas se trataba de un juego arcaico y, aunque de estilo diferente, en principio se asemejaba a la danza griega del laberinto. No se puede derivar lo uno de lo otro, y a pesar de ello los jugadores del juego etrusco truia llevaban llevaban en su escudo la imagen de un gran pájaro. Así la identificación del pájaro se convierte en un rasgo muy arcaico y esencial. (...)

Pintura rupestre en Val. Camonica, Italia. Conocida como "Danza de la grulla


Danzas y Juegos, por Paolo Santarcangeli

"Lo procedente sería que una investigación relativa al laberinto empezase por la danza", dice Kerényi, con una convicción tal vez excesiva. Sin embargo, señalemos que los documentos literarios y arqueológicos relativos a la conexión entre laberinto y danza son tan frecuentes e importantes que exigen un análisis más detenido. En el palacio de Minos, el lugar cíclico de las danzas -cuya construcción sería atribuida luego por la leyenda al propio Dédalo- tiene una importancia enorme. Además, se sabe que en los acta taurinos, en el curso de la taurocatapsia y en todo el ritual cretense la danza desempeñó un papel de primer orden. Una danza del laberinto es recordada en Ilíada (XVIII, 590). Según los Escolios, Teseo, una vez derrotado el minotauro, habría celebrado, junto con el grupo de jóvenes que con él habían escapado a la muerte, una danza especial, enseñada por Dédalo. Según la versión dórica de la fábula, Teseo habría llevado consigo una estatuilla de Afrodita, que colocó en la isla de Delos para, acto seguido y por vez primera, ejecutar con sus compañeros la danza que reproducía los meandros del laberinto. Celebraban así su salvación y recordaban el peligro del que habían sido liberados. Aquella danza tuvo lugar durante la noche. Dice Plutarco (Tes., 21) que "según Dicearco, los delios llaman géranos a aquella danza; Teseo la lanzó alrededor del cheratón, que era un lugar construido con muchos cuernos del lado siniestro": era un misterio de la muerte y de la resurrección, análogo al que se celebraba en Eleusis, con el que los mitógrafos asociaron también a Teseo. Ahora bien, recuerda Kerényi que en las danzas que se acostumbraba celebrar en la isla de Delos en honor de Afrodita, los celebrantes se ponían alrededor de un altar construido con muchos cuernos izquierdos de toro o de novilla, vueltos hacia la izquierda -dirección de la muerte; ala manera de la danza Maro- para ir al origen de la vida; y empuñaban una cuerda (=hilo de Ariadna). La danza, pues, se llamaba géranos y el corego, geranoulkós, es decir, aquel que tira de las grullas. Así, con la ayuda del hilo, el jefe los llevaba primero al interior, luego por los rodeos. La dirección era la misma; pero, no bien llegaban a la salida, el recorrido conducía hacia el renacimiento. También De Vries (Altgermanische Religionsgeschichte 1956) recuerda que "en Delos, la danza de las grullas en el laberinto seguía la dirección opuesta a la del sol, y, por consiguiente, la dirección de la muerte". Pero sabemos que la misma fue danzada tras la muerte del Minotauro y como conmemoración del evento. Según las investigaciones de Wolters, la danza tenía dos fases: en la primera se representaba el enmarañamiento del laberinto, y en la segunda se celebraba, por contraposición, el orden recuperado: el misterio del mundo queda así representado como un esquema enigmático, resuelto con los recursos de la razón. (...) Volviendo a la danza del geranos, según Pólux (IV, 101) y otros autores, los danzarines formaban una larga fila, cogiéndose de la cintura o de la mano para atravesar así los rodeos laberínticos. El vaso François, hallado en Chiusi en 1845, muestra una danza parecida, en la que intervienen trece personajes: Teseo guía la fila, seguido por jóvenes y muchachas intercalados, cogidos de la mano.

Detalle del Vaso François, 570 a. C. Museo Arqueológico de Florencia



(...) Hemos recordado que en Grecia la danzas populares han perpetuado hasta hoy determinados aspectos de las danzas antiguas. La Candiotta, inmortalizada en el escudo de Aquiles, reproduciría fielmente, en el ritmo lento y la ternura de su expresión, el mito de Ariadna y Teseo: "Las jovenes griegas la bailan todavía hoy. Una de ellas conduce al grupo, llevando en la mano un pañuelo y un cordón de seda en recuerdo del hilo liberador que ayudó al héroe a salir del laberinto" (G. Vuillier, La danse). Ahora bien, ¿por qué las grullas en las danzas de los jóvenes griegos? Tal vez porque la fiesta en la que se celebraba un rito fúnebre en memoria de Ariadna tenía lugar en otoño, en la época de la migración de las grullas, y porque la imagen de esa ave estaba reproducida en el escudo de Teseo y sus compañeros llevaban cuando celebraron la danza por primera vez en la isla de Apolo (Plut. Tes., 19). Al hacer la descripción de la danza de Troya, Virgilio dice (Eneida, v. 585): "Se entrelazan alternativamente círculos", y en seguida la compara con el laberinto de Creta, pero también con el juego de los delfines (motivo frecuente de las pinturas murales minoicas). Este ludus Trojae o Trojae decursio era el punto culminante de las celebraciones por la muerte de Anquises; y, además de danza, era un "misterio"."Es probable que se trate de un acto de culto original, representado en forma laberíntica como drama bailado, como rite de passage, camino de la muerte hacia la vida, reconstrucción de todo el cosmos y, con ello, fertilidad de la tierra. Así, la cadena de los danzarines habrá sido el laberinto original, mientras que las representaciones y las construcciones aparecerían más tarde, a título de complemento o sustitución. A veces, el laberinto se relacionó con la esvástica, como símbolo solar. De Vries distingue entre la espiral simple, como laberinto de tránsito, y la seudoespiral, el llamado laberinto de cruz, diseñado sobre un esquema de líneas cruzadas: "A la representación en el espacio (Cosmos) se corresponde otra en le tiempo (órbita) que adopta la forma de un movimiento vivaz. En la danza o cabalgada cultual, que es cíclica a drede y en la que intervienen tanto jóvenes como doncellas, el camino hacia la fuente de la vida se reproduce en cierto modo con material vivo y a la vez se traza para el sino individual y para el futuro. La danza laberíntica está, sin embargo, dedicada ante todo a los ritos fúnebres en honor del antepasado, para que de ese modo quede fijada y garantizada la continuación de la estirpe o del pueblo, en el sentido de la vida que surge de la muerte. Vista de ese modo la representación laberíntica, ya no hace falta establecer la primacía o anterioridad del espacio o del tiempo, del castillo o de la danza. Espacio y tiempo, cosmos y órbita, sagrario y fiesta están unidos y tienen la misma validez".(...) El laberinto -como compuesto de mitos, como figuración, como conjunto de representaciones- contiene en todas las épocas (aunque con mayor plenitud en su primera representación dentro del ámbito del mito griego) las características de la actividad lúdica. También en el laberinto la humanidad juega "al orden de la naturaleza", o bien a un misterio de la naturaleza. Y lo juega errando, fabulando y representando en las danzas, rítmicamente alternadas, y en los juegos de los jóvenes y de las muchachas ese errar, ese perderse y reencontrarse. Sabemos ya que el espacio de las danzas y de los juegos es espacio consagrado, ambiente sagrado; es el témemos en el que tiene lugar un misterio. Como la espiral, el laberinto se cuenta entre los más antiguos signos apotropaicos: ambos son vías de salvación y modelo de iniciación y, más simplemente, obstáculo. Se proponen detener y confundir a quien pretenda colarse, siempre que éste no sepa resolver el enigma o seguir hacia el centro, por elección, por iniciación o por ambas cosas: con tal fin esos signos aparecen en las puertas, muros y hurnas, en especial funerarias (¡etruscos!), en ventanas y humbrales. En el uso funerario, desempeñan la doble función de mantener a los espíritus de los muertos en el lugar donde reposan y de impedir que seres malintencionados -humanos o divinos- puedan entrar.
El laberinto es además juego, sobre todo en el sentido de adivinanza: no sin razón insiste el propio Huizinga en la desaparición de los límites entre la "broma" y lo "serio" en los juegos sagrados. El laberinto del mito griego fue una adivinanza en la que se apostaba la vida: es decir, se moría en la lucha con el monstruo y por no haber encontrado el camino de salida. Fue, pues, un juego mortal. Y el riesgo de la vida, el triunfo de la inteligencia (y de la fe) sobre la Bestia y sobre el engaño se festeja, dibuja y danza como acción conmovedora y liberadora a la vez.
Así, no hemos de ser demasiado severos con las manifestaciones aparentemente desacralizadas del laberinto, reducido a puro juego, de la Roma imperial o de los siglos XVII y XVIII. Incluso en esos pasatiempos sobrevive una chispa del misterio y del mito...

Juego de la Oca. Autor anónimo S. XVIII. ¿Alguien tiene idea de a quien puede representar el personaje del centro de la espiral? ¿Podría ser Teseo? ¿No parece que dance y tire de una cuerda?


Lecturas:

Karl Kerényi, En el laberinto. Ediciones Siruela 2006

Paolo Santarcangeli, El libro de los laberintos. Ediciones Siruela 2002

Luciano de Samosata, Sobre la danza, Editorial Gredos

Homero, Ilíada, Editorial Gredos

Virgilio, Eneida, Editorial Gredos


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martes, 15 de febrero de 2011

Permanencia en el cambio

Caligrafia árabe tallada en madera


¿Qué es lo que siempre es y no tiene devenir? ¿y qué es lo que siempre es devenir y nunca es? Lo que es captado por la Inteligencia y la razón está siempre en el mismo estado; pero lo que es concebido por la opinión con ayuda de la sensación y sin la razón, está siempre en un proceso de devenir y perecer y nunca es realmente.

Platón (Timeo, 28a)


¡Ojalá te crecieran alas y te elevaras! Suspendido entre la tierra y el cielo, podrías ver la tierra sólida, el mar fluido y los rios que corren, el aire errante, el fuego penetrante, el curso de las estrellas, y la ligereza del movimiento con que el cielo lo envuelve todo. ¡Qué felicidad sería, hijo mío, ver todos llevados por un impulso, y contemplar a Aquel que es inmovil moviéndose en todo lo que se mueve, a Aquel que está oculto manifestándose a través de sus obras!

Hermes


Seyyed Hosein Nasr, considerado uno de los estudiosos más importantes del esoterismo islámico en la actualidad, nació en Irán, donde se formó sólidamente en la poesía persa clásica. Su carrera pasa por los campos de la ciencia, la filosofía y los estudios islámicos en diversas universidades de los Estados Unidos para luego ser profesor en la universidad de Teherán y otros centros educativos de ésta ciudad. Actualmente es catedrático de estudios islámicos en la Universidad George Washington. Ha escrito más de cincuenta libros en inglés y en persa de los que algunos se han traducido al castellano. Entre ellos, dos editados por editorial Herder allá por los años 80 de los que tan sólo se publicó una edición: Vida y pensamiento en el Islam, y Sufismo vivo, actuálmente inencontrables.
Un aspecto importante de la doctrina sufí es la toma de conciencia de la situación del hombre en el universo, de la condición que le permite acceder a los diferentes planos del ser, desde el mundo de la sucesión temporal y la relatividad hasta el de la infinita quietud, de lo cambiante e ilusorio a lo permanente y eterno, de lo mortal, a lo inmortal, algo que no forma parte de la visión del hombre moderno, que solo concibe su realidad como cambio y transformación. En el texto titulado, El hombre en el universo: Permanencia en medio del cambio aparente, de la obra ya referida Sufismo vivo se desarrolla esta cuestión de forma magistral por Seyyed Hossein Nasr. Antes de darle paso, dejo unos versos de la obra poética de este autor traducidos al castellano por la gran arabista Luce López-Baralt del poemario Poemas de la vía mística.
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Cielos estrellados, cumbres sublimes de las montañas,
bosques hirvientes de vida, desiertos áridos y puros,
nebulosas lejanas, escondidas en el espacio inconcebible,
arrecifes submarinos con peces de todos los matices;
un arco iris roto, escondido al ojo humano,
tiende su mirada sobre la superficie del mar,
ajeno a la miríada de tintes diversos:
un paraíso en el que los colores y las formas
se funden en perfecta armonía...


El hombre en el universo: Permanencia en medio del cambio aparente, por Seyyed Hossein Nasr

Una de las cuestiones que se encuentran en el corazón de las enseñanzas sufíes es la situación del hombre en el universo, pues el hombre debe iniciar necesariamente a partir de esta situación el viaje espirtual que al final le conducirá allende el cosmos. Lo que ha causado que muchas verdades deslumbradoramente claras pareciesen improbables, es precisamente la deformación de la verdadera imagen de la situación del hombre en el universo ocurrida en occidente a lo largo de los pasados siglos, sobre todo con el surgimiento de las teorías evolucionistas. Para comprender plenamente las enseñanzas del sufismo es, pues, necesario examinar de nuevo la relación del hombre con el universo que lo rodea a la luz de la cuestión del cambio y de la permanencia, apartando de esta forma los obstáculos que impiden la plena comprensión de la realidad que rodea al hombre y determina su devenir futuro. En la perspectiva del mundo moderno no hay esfera en la que el cambio y la transformación reinen con la misma supremacía y de forma tan total como en la que concierne a la naturaleza, a la relación del hombre con ella y al conocimento que el hombre tiene de ella. La ciencia moderna, que a lo largo de los pasados siglos ha actuado como un catalizador del cambio en tantos otros cambios, se basa en el cambio y la permanencia; si cesara de cambiar y se volviera inmutable, dejaría de existir en su forma actual. Además, dado que ésta es la única ciencia de la naturaleza conocida por el hombre moderno, toda relación entre el hombre y la naturaleza, así como la misma naturaleza del hombre y el universo que le rodea, es vista sólo a la luz de la fluctuación y el cambio. La opinión de que la posición del hombre en el universo y su conocimiento de él, por no hablar de la finalidad de dicho conocimiento, está en continuo cambio ha llegado a considerarse tan evidente que cualquier otro punto de vista parece absurdo y poco menos que ininteligible a aquellos cuyo conocimieno está limitado a los horizontes del mundo moderno. El hombre contemporaneo se confunde incluso ante la posibilidad de un elemento de permanencia en su relación con el universo, no porque no exista un elemento tal, sino porque el problema nunca se considera desde el punto de vista de la permanencia. A menudo se olvida que antes de que empezaran a considerar su relación con la naturaleza sólo en el aspecto del cambio y la evolución, el hombre se había separado interiormente del principio inmutable del intelecto, el nous, que, junto con la revelación, es el único factor que puede actuar como eje permanente e inmutable para el funcionamiento de la razón humana. Con la debilitación de los elementos intelectuales y gnósticos en la cristiandad (si entendemos por gnosis el conocimiento iluminativo que el sufismo denomina 'irfân y que es el corazón mismo del sufismo así como de cualquier otra tradición espiritual auténtica y completa), la facultad racional del hombre occidental se apartó gradualmente de las dos fuentes de toda inmutabilidad, estabilidad y permanencia: a saber, la revelación y la intuición intelectual. El resultado fue, por una parte, la tendencia nominalista, que destruyó la certidumbre filosófica y, por otra, esta reducción del hombre a sus aspectos estrechamente humanos, separado de todo elemento trascendental; así es el hombre en el humanismo del Renacimiento. Este modo de concebir al hombre implicaba su total compromiso en el cambio y el devenir; este efecto puede observarse incluso exteriormente durante dicho periodo en las rápidas transformaciones de la sociedad occidental, que han dado al Renacimiento su caracter transitorio. Pero incluso en aquel entonces, el concepto que el hombre tenía del universo todavía no había cambiado. Su ciencia de la naturaleza era todavía esencialmente medieval, estaba formada por elementos herméticos y escolásticos. En el principio fue sólo su concepción de sí mismo lo que cambió, lo cual, a su vez, condujo poco a poco a un cambio en su concepto del universo y del lugar que el hombre ocupaba en él. Siempre es importante tener en cuenta el tiempo transcurrido entre la rebelión religiosa y metafísia de finales de la Edad Media en Occidente - que expresa un intento por parte del hombre occiental de separarse de su arquetipo celestial e inmutable y tornarse puramente terrenal y humano-, y la revolución científica que llevó esta visión secularizada del hombre a su conclusión lógica creando una ciencia puramente secular. El hombre occidental, quien durante el Renacimiento se consideró a sí mismo un ser secular, empezó a desarrollar una ciencia que se ocupaba exclusivamente del devenir más que del ser. Y esto es tanto más lógico si recordamos que incluso etimológicamente secular deriva del latín saecularis, uno de cuyos significados es cambio y temporalidad. La destrucción de la visión sagrada de hombre y el universo equivale a la destrucción del aspecto inmutable tanto del hombre como del universo. Una ciencia secular no hubiera podido nacer sin volcarse totalmente en el cambio y el devenir. Si tenemos presentes los factores históricos que hicieron aparecer en occidente una concepción del mundo que está basada exclusivamente en el aspecto cambiante de las cosas, nos ha de ser imposible reconstruir y redescubrir al hombre moderno los elementos permanentes y olvidados desde hace largo tiempo, sin que parezca que hablamos de absurdos. Pero esto sólo puede suceder si hay una comprensión de la metafísica tradicional y del lenguaje del simbolismo mediante el cual siempre han sido reveladas las verdades metafísicas. La metafísica, o la ciencia de lo permanente, que es el elemento básico de la doctrina sufí, puede ser pasada por alto u olvidada, pero no refutada, precisamente porque es inmutable y no está relacionada con el cambio como tal. Cuando versa sobre la permanencia no puede volverse "anticuado", porque no guarda relación con ninguna época en particular. En relación con el hombre y el universo, los elementos permanentes siguen siendo tan válidos hoy como siempre. Unicamente, deben darse a conocer de nuevo en occidente, después del largo periodo durante el cual el hombre occidental no buscó los elementos permanentes dentro del propio cambio e incluso trató de reducir la permanencia en cambio y proceso histórico. En los círculos tradicionales de oriente, aunque no, por supuesto, entre las clases modernizadas obsesionadas con la occidentalización, este aspecto de permanencia nunca ha sido olvidado o perdido de vista porque el sentido de lo sagrado, y en consecuencia de lo inmutable, ha continuado dominando toda la vida. Desde el punto de vista de las doctrinas metafísicas y cosmológicas tradicionales, hay varios elementos de permanencia en la relación entre el hombre y la naturaleza y en la situación del hombre en el universo. El primero y más fundmental elemento es que el entorno cósmico que rodea al hombre no es la realidad última sino que posee un caracter de relatividad e incluso de ilusión. Si se comprende lo que significa lo Absoluto (mutlaq), entonces por lo mismo se comprende lo relativo (muqayad) y se ve que todo lo que no es lo Absoluto debe ser relativo por necesidad. El aspecto del mundo como velo (hijab) en el lenguaje del sufismo , o maya si se usa el término hindú, o como samsara en el sentido budista, es en sí un elemento permanente del cosmos y de la relación del hombre con él. El universo, en su aspecto cósmico, fue siempre maya y siempre será maya. Lo Absoluto es siempre lo Absoluto, y lo relativo es lo relativo, y ningún proceso ni cambio histórico puede trtansformar lo uno en lo otro. El proceso histórico puede hacer olvidar durante un tiempo a un pueblo, o incluso a toda una civilización, la distinción entre lo Absoluto y lo relativo, y en consecuencia que tome lo relativo por lo Absoluto, el orden creado (al-khalq) por la Verdad increada (al-haqq), tal como parece haber hecho la ciencia moderna. Pero dondequiera y cuandoquiera que aparece el discernimiento metafísico, la distinción se hace clara y se conoce el mundo por lo que es, o sea, maya. El elemento cambiante del mundo que implica el concepto de maya es en sí un rasgo permanente del mundo. Está en la naturaleza del mundo el irse transformando, el experimentar la generación y la corrupción, la vida y la muerte. Pero el significado de este cambio sólo puede ser comprendido desde el punto de vista de lo permanente. Haber comprendido que el mundo es maya es haber comprendido el significado de Atman o Brahman, que transciende a maya. Saber que el muno es inestable o samsárico en su naturaleza es conocer por extensión la presencia del estado nirvánico más allá de él. La comprensión de que el mundo es al-khalq implica la conciencia de al-haqq, que lo transciende y al mismo tiempo resplandece a través de él. El carácter del mundo revela metafísicamentre la realidad permanente que lo transciende. Comprender la relatividad de las cosas es conocer, por extensión del mismo conocimiento, lo Absoluto y lo Permanente. Esta distinción metafísica ha existido, a lo largo de toda la historia, en todos los periodos de la cultura humana. Descansa en la naturaleza de las cosas, y todos pueden verla si dirigen su visión hacia ella. Sin embargo, en ciertas épocas como la nuestra, lo relativo ha llegado a ser idolatrado como si fuera lo Absoluto. Hoy en día a menudo se oye afirmar que todo es relativo. Pero las mismas personas que afirman tal cosa a menudo dan un carácter absoluto al campo de lo relativo. Sin siempre darse plena cuenta de ello , confunden Brahman con Maya. Pero cuando hay conocimiento metafísico también hay conciencia de la relatividad de las cosas a la luz de lo Absoluto, y esta verdad fundamental es un elemento permanente de la situación del hombre en el universo; atañe a su destino como ser llamado a transcender la cripta cósmica en la que ha caído y retornar desde el campo de lo relativo a lo Absoluto. Otro elemento de permanencia en la relación del hombre con el universo es la manifestación de lo Absoluto en lo relativo bajo la forma de símbolos (rumûz) en el sentido tradicional de la palabra. El simbolo no está basado en reglas convencionales hechas por el hombre. Es un aspecto de la realidad ontológica de las cosas y como tal es independiente de la percepción que el hombre tiene de él. El símbolo es la revelación de un orden superior de la realidad en otro inferior a través del cual el hombre puede ser reconducido al reino superior.
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Comprender los símbolos es aceptar la estructura jerárquica del universo y los estados múltiples del ser. Durante ciertas fases del proceso histórico, símbolos a los que una religión revelada otorga -por la revelación misma- significación y poder especiales pueden perder gradualmente su eficacia, ya sea parcialmente o por completo, como resultado de la debilitación de la base espiritual de dicha religión, como puede observarse en el caso de los "desmitificadores" de nuestros días. Pero los símbolos que existen en la naturaleza son permanentes e inmutables. Lo que el cielo significa simbólicamente, como por ejemplo la dimensión de trascendencia y el Trono divino (al 'arsh) -para usar la imagen islámica- es tan permanente como el propio cielo. Mientras el sol brille, simbolizará el Intelecto universal; de forma parecida, el árbol con sus ramas extendidas seguirá siendo un símbolo de los múltiples estados del ser mientras los árboles crezcan sobre la faz de la tierra. Ésta es la razón por la que se puede hablar de una cosmología perenne, de una cosmología perennis, de una ciencia cualitativa de la naturaleza que es válida siempre y que revela un aspecto de la naturaleza que, como mínimo, es tan real como el aspecto mudable estudiado por la ciencia moderna. La principal diferencia entre las ciencias de la naturaleza tradicionales y modernas reside en el echo de que la ciencia moderna estudia el cambio con relación al cambio, en tanto que la ciencia tradicional estudia el cambio con relación a la permanencia a través del estudio de los símbolos, que no son más que los reflejos de la permanencia en el reino del cambio.Una civilización puede desarrollar una ciencia que dé la espalda al aspecto cualitativo de las cosas revelado a través de los símbolos para concentrarse en los cambios que pueden medirse cuantitativamente. Pero no puede destruir la realidad simbólica de las cosas como tampoco un estudio cualitativo y simbólico de los fenómenos naturales puede destruir su peso o su tamaño. Hoy en día, a consecuencia de la destrucción del espíritu "simbolista" en occidente, los hombres han perdido el sentido de la penetración en el significado interior de los fenómenos, que sólo los símbolos revelan. Pero esta impotencia no significa que los símbolos naturales hayan dejado de existir. La significación simbólica de las esferas homocéntricas de la astronomía ptolemaica, que revela la apariencia inmediata de los cielos, continúa siendo válida, tanto si, en el espacio absoluto teórico de Newton o en el espacio curvo de la relatividad, la tierra se mueve alrededor del sol como si el sol se mueve alrededor de la tierra.


Las esferas homocéntricas simbolizan estados del ser que están por encima del estado terrestre en el que el hombre se encuentra actualmente. Los estados del ser siguen siendo reales tanto si comprendemos y aceptamos el simbolismo natural que los mismos cielos nos revelan en nuestro contacto inmediato y directo con ellos como si en nombre de otras consideraciones teóricas pasamos por alto esta apariencia inmediata y el símbolo que esta apariencia comunica. De hecho, incluso las nuevas teorías científicas, si son conformes a alguna realidad, poseen su propio significado simbólico. Corresponder a la realidad en un grado cualquiera significa ser simbólico. Si las esferas ptolemaicas simbolizan la posición del hombre con respecto a estados superiores del ser, el espacio galáctico de la astronomía moderna simboliza el carácter indefinido de lo relativo, la inmensidad del océano de samsara. Es en sí mismo una prueba del hecho de que la inteligencia del hombre fue creada para conocer lo Infinito más bien que lo indefinido. Pero en su sentido más directo, el significado simbólico de los fenómenos de la naturaleza, por no mencionar las teorías científicas basadas en ellos, representa un aspecto permanente de las cosas y de la relación del hombre con el cosmos. Es sobre este carácter permanente del contenido simbólico de los fenómenos de la naturaleza como se puede construir una ciencia simbólica de la naturaleza, una cosmología tradicional que conserva un valor perenne y una importancia permanente, y que tiene hoy una significación tanto mayor cuanto que las ciencias puramente cuantitativas de la naturaleza y su aplicación amenazan la existencia del hombre y de la naturaleza. Otro elemento permanente de la relación entre el hombre y el universo, al menos desde cierto aspecto de la situación, es el modo en que la naturaleza se presenta al hombre. Hoy en día, el hombre moderno aspira a cambiar todas sus instituciones sociales, políticas e incluso religiosas con la excusa de que la naturaleza está en continuo cambio y que, por lo tanto, el hombre debe cambiar. De hecho, lo cierto es exactamente lo contrario. Si el hombre sólo ve cambio en la naturaleza es porque su mentalidad ha perdido su ancla en lo permanete y se ha convertido en un rápido río de ideas e imágenes en continuo cambio. El hombre moderno ha atribuido la evolución a la naturaleza; empezó a creer en la evolución con su mente antes de haberla observado en la naturaleza. La evolución no es producto de una observación natural, sino de una mentalidad secularizada alejada de toda vía de acceso a lo inmutable, mentalidad que empezó a ver su propia naturaleza efímera en la naturaleza exterior. El hombre siempre ve en la naturaleza el reflejo de su propio ser y su concepción de lo que él mismo es. Si estudiamos el mundo que nos rodea, vemos que de hecho el medio ambiente terrenal en el que los hombres vieron la permanencia durante milenios no ha cambiado en sus rasgos generales. El sol todavía sale y se pone de la misma manera en que lo hizo para el hombre antiguo y medieval, que lo consideraba como el símbolo del Intelecto divino. Las formas naturales todavía se reproducen con la misma regularidad y con los mismos procesos que en períodos históricos más antiguos. Ni los pétalos de la rosa ni su fragancia han variado dese que Dante y Shakespeare escribieron sobre ellas.(...) El cielo, el mar, las montañas, los ciclos estacionales, estas realidades se manifiestan hoy igual que lo hicieron antes durante milenios (aparte de diferencias cualitativas), y son el majestuoso testamento de lo Inmutable manifestado en el proceso del devenir. Los hombres que aman la naturaleza esencialmente están en busca de lo permanente y de hecho la misma naturaleza desmiente a aquellos que quieren limitar toda realidad al cambio y al devenir. Las filosofías limitadas únicamente a lo relativo nunca surgieron entre los pueblos que vivían cerca de la naturaleza; siempre han sido producto de modos de vida sedentarios, en los que un medio ambiente artificial ha puesto a los hombres en situación de olvidar a la vez la naturaleza y los elementos permanentes que ella revela al hombre, elementos que evocan en la mente del hombre aquellos factores permanentes que están anclados en los estratos inmutables de su ser.(...)
Pero quizás el elemento permanente más importante en la relación del hombre con el universo es su situación "existencial" en la jerarquía de la existencia (maratîb al-wujûd). El hombre tradicional sabía con certeza de dónde provenía, por qué vivía y adónde iba. El sagrado Corán resume dicha certidumbre en estas simples aunque majestuosas palabras: "A allah pertenecemos y a Allah retornamos" (II: 156), y muchos tratados de sufismo y teosofía (hikmah) llevan por título "el principio y el fin" (al-mabda'wal-ma'âd), el alfa y omega que contiene de modo sumario toda verdad y sabiduría. El hombre moderno, hablando en general, no sabe ni de dónde viene ni cuál será su fin, y, por lo tanto, no sabe por qué está viviendo. Pero, al igual que el hombre tradicional, se halla frente a los dos puntos que determinan el principio y el fin de su vida terrenal. Nace y muere. Este hecho no a variado ni un ápice, ni lo hará, aunque se recurra a alguna forma de inmortalidad barata como los trasplantes de corazón. La única diferencia es que lo que otrora era certidumbre hoy se ha convertido en duda y temor. Pero la realidad del nacimiento y la muerte subsiste, y ni siquiera toda la ciencia moderna puede descifrar los misterios de estas dos "eternidades" entre las está suspendido el instante fugitivo de la vida terrenal.
Esta dos "infinitudes" son las que determinan el caracter y el significado de la finitud que se encuentra entre ambas. Por lo que respecta a estas dos "infinitudes", la situación del hombre no ha variado en absoluto aun cuando la destrucción de las cosmologías medievales ha destruido para la mayoría de los hombres la doctrina metafísica de los estados del ser que la cosmología medieval simbolizó con tanta belleza.


Diagrama cosmológico, Austria s. XIII


El hombre es todavía un ser finito con una inteligencia creada para comprender lo Infinito y lo Absoluto, y no lo indefinido y lo relativo, cuya comprensión total ninguna ciencia humana podrá alcanzar nunca. Por lo que respecta a lo Absoluto y a todos los estados del ser que comprende el universo, el hombre es lo que siempre ha sido y siempre será, una imagen de lo Absoluto en lo relativo, proyectada en la corriente del devenir a fin de que este mismo devenir retorne al Ser. Hoy en día se habla tanto de cambio que los hombres están hipnotizados por sus propias palabras y olvidan que, bajo la superficie de esas olas en continuo movimiento, se halla el océano permanente e inmutable de la naturaleza real del hombre. La situación de esa naturaleza permanente que el hombre lleva dentro de sí, por más que vaya éste contra lo Real en el sentido metafísico de la palabra, nunca ha cambiado ni nunca podrá hacerlo. La situación ontológica del hombre en el orden total de las cosas es la misma que siempre: esta situación, más que el resto de aspectos de la posición del hombre en el cosmos, tal como lo estudian la cosmología y las ciencias de la naturaleza, es permanencia en medio del cambio aparente.



Lecturas:


Seyyed Hossein Nasr, Sufismo vivo. Editorial Herder, Barcelona 1985

Seyyed Hossein Nasr, Vida y pensamiento en el Islam. Editorial Herder, Barcelona 1985

Seyyed Hossein Nasr, Poemas de la vía mística. Mandala ediciones 2002

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sábado, 5 de febrero de 2011

Vuelo frustrado



"Si el hilillo de lo Invisible se hiciera más grande y la inteligencia entrara en el mundo a través de los que han realizado el estado de Hombre Universal, en este mundo no quedarían virtudes ni vicios. Del mismo modo que la caída supuso obtener el conocimiento del bien y el mal, la vuelta al Paraíso significa ir más allá del bien y el mal".

Jalâl al-Dîn Rûmî, Mathnawî



El otro día, regresando de mi compra semanal en el supermercado del barrio, encontré junto al contenedor de reciclado de papel una columna de libros de más o menos 40 cm. de altura que alguien decidió abandonar allí. No dudé en ojearlos para ver si encontraba algún título que me resultara interesante. La verdad que consideré que la gran mayoría eran merecedores de ser rescatados del proceso por el que después de ser triturados, su pulpa sería transformada de nuevo en papel, así que los recogí y les hice un hueco en el carro de la compra.
Entre ellos se encontraba una edición de la obra de Michael Ende El espejo en el espejo. Un laberinto, donde se recopilan algunos cuentos escritos por este autor conocido sobre todo por La historia interminable y Momo. Entre los cuentos que leí me gustó especialmente el que a continuación dejo y en el que se descubre la influencia directa de mitos de la Antigüedad occidental, pero común en su simbolismo a la sabiduría universal perenne. Aparece sin título.


El hijo se había soñado alas bajo la experta dirección de su padre y maestro. Durante muchos años las había creado, pluma por pluma, músculo por músculo y huesecillo por huesecillo en largas horas de trabajo, de sueño, hasta que tomaron forma. Las había dejado crecer de sus omóplatos en la posición correcta (era especialmente difícil percibir con toda exactitud la propia espalda en sueños), y había aprendido poco a poco a moverlas adecuadamente. Había sido una dura prueba para su paciencia seguir practicando, hasta que tras interminables y vanos intentos fue por primera vez capaz de elevarse al aire por unos instantes. Pero luego cobró confianza en su obra, gracias a la benevolencia y severidad inquebrantables con que le guiaba su padre. Con el tiempo se había acostumbrado por completo a sus alas, las sentía como parte de su cuerpo, tanto que experimentaba en ellas dolor o bienestar. Al final había tenido que borrar de su memoria los años en que había estado sin ellas. Ahora era como si hubiese nacido con alas, como con sus ojos o manos. Estaba preparado. No estaba en absoluto prohibido abandonar la ciudad-laberinto. Al contrario, quien lo lograba era mirado como un héroe, un bienaventurado y su leyenda era contada durante mucho tiempo. Pero eso sólo les estaba reservado a los dichosos. Las leyes a que estaban sometidos todos los habitantes del laberinto eran paradójicas, pero inmutables. Una de las más importantes decía: sólo quien abandona el laberinto puede ser dichoso, pero sólo quien es dichoso puede escapar de él. Pero los dichosos eran raros en los milenios. El que estaba dispuesto a intentarlo, tenía que someterse antes a una prueba. Si no la superaba, no era castigado él, sino su maestro, y el castigo era duro y cruel. El rostro de su padre había estado muy serio cuando le dijo: “Esta clase de alas únicamente sostiene al que es ligero. Pero sólo hace ligero la felicidad.” Después había escudriñado largamente a su hijo y preguntado por fin: –¿Eres feliz? –Sí, padre, soy feliz –había sido su respuesta. ¡Oh, si de eso se trataba, no había peligro alguno! Era tan feliz que creía poder volar incluso sin alas, pues amaba. Amaba con todo el fervor de su joven corazón, amaba sin reservas y sin la sombra de una duda. Y sabía que su amor era correspondido de la misma manera incondicional. Sabía que la amada le esperaba, que al final del día, tras superar la prueba, iría a su habitación azul celeste. Entonces ella se echaría en sus brazos ligera como un rayo de luna y en ese abrazo infinito se elevarían sobre la ciudad, dejando atrás sus muros como un juguete arrinconado, volarían sobre otras ciudades, sobre bosques y desiertos, montañas y mares, lejos y más lejos, hasta los confines del mundo. No llevaba sobre el cuerpo más que una red de pescador que arrastraba como una larga cola por las calles y callejas, los pasillos y habitaciones. Así lo quería el ceremonial en aquella última prueba decisiva. Estaba seguro de que la superaría, aunque no la conocía. Sólo sabía que siempre se adecuaba por completo a la personalidad del candidato. De esta manera ninguna prueba se parecía jamás a la de otro. Podía decirse que la prueba consistía precisamente en adivinar a través del autoconocimiento en qué consistía aquella. El único mandamiento severo al que podía atenerse decía que bajo ningún concepto debía entrar durante la prueba, es decir, antes de la puesta del sol, en la habitación azul celeste de la amada. En caso contrario quedaría inmediatamente excluido de todo lo demás. Sonrió al pensar en la severidad casi furiosa con que su respetado y bondadoso padre le había comunicado este mandamiento. No sentía la más mínima tentación de quebrantarlo. Ahí no había peligro alguno para él, en ese aspecto estaba tranquilo. En el fondo nunca había entendido bien todas aquellas historias en las que un mandamiento semejante hacía que alguien se sintiese precisamente impulsado a vulnerarlo. En su marcha por las desconcertantes calles y edificaciones de la ciudad-laberinto había pasado ya varias veces ante la construcción en forma de torre en cuyo piso más alto, cerca del tejado, vivía la amada, y dos veces incluso ante su puerta, sobre la que figuraba el número 401. Y él había pasado de largo, sin detenerse. Pero eso no podía ser la verdadera prueba. Habría sido demasiado sencilla, excesivamente sencilla. A todas partes donde llegaba se encontraba con desdichados que le miraban o seguían con ojos admirados, nostálgicos o llenos de envidia. Conocía a muchos de ellos de antes, aunque tales encuentros no podían producirse nunca intencionadamente. En la ciudad-laberinto, la situación y disposición de las casas y calles cambiaba ininterrumpidamente, por eso era imposible darse cita en ella. Cada encuentro sucedía casual o fatalmente, según como se quisiera entender. Una vez el hijo sintió que la red que arrastraba quedaba prendida y volvió sobre sus pasos. Bajo el arco de una puerta vio sentado a un mendigo cojo que enganchaba una de sus muletas en las mallas de la red. -¿Qué haces? –le preguntó. -¡Ten piedad! –contestó el mendigo con voz ronca–. A ti no te pesará, pero a mí me aliviará mucho. Tú eres un hombre dichoso y escaparás del laberinto. Pero yo permaneceré aquí para siempre, porque nunca seré feliz. Por eso te pido que te lleves una pequeña parte al menos de mi desdicha. Así participaré un poco en tu evasión. Eso me daría consuelo. Los dichosos raramente son duros de corazón, tienden a la compasión y dejan participar a otros de su abundancia. -Está bien -dijo el hijo-, me alegra poder hacerte un favor con tan poco. Ya en la siguiente esquina se encontró con una madre angustiada, vestida con harapos, acompañada de tres niños hambrientos. -Supongo que no nos negarás a nosotros –dijo llena de odio– lo que concediste a aquel. Y prendió una pequeña cruz sepulcral de hierro en la red. A partir de ese momento la red se hizo cada vez más pesada. Había un sinnúmero de desdichados en la ciudad-laberinto y todos los que se encontraban con el hijo prendían cualquier cosa en la red: un zapato, una prenda de vestir o una estufa de hierro, un rosario o un animal muerto, una herramienta o hasta una puerta. Caía la tarde y se aproximaba el final de la prueba. El hijo avanzaba penosamente paso a paso, inclinado hacia adelante como si luchase contra una gran tempestad inaudible. Su rostro estaba cubierto de sudor, pero todavía lleno de esperanza, pues creía haber comprendido en qué consistía su misión y se sentía, a pesar de todo, con las suficientes fuerzas para llevarla a cabo. Entonces anocheció y seguía sin venir nadie para decirle que ya bastaba. Sin saber cómo había llegado con la interminable carga, que arrastraba, a la terraza de aquella casa como una torre en la que estaba la habitación azul celeste de su amada. Nunca se había percatado de que desde allí se divisaba una playa, aunque tal vez esta no había estado nunca en aquel lugar. Profundamente preocupado, el hijo se dio cuenta de que el sol descendía detrás del horizonte brumoso. En la playa había cuatro hombres alados como él y, aunque no podía ver al que hablaba, oyó claramente cómo eran absueltos. Preguntó a gritos si le habían olvidado, pero nadie le prestó atención. Tiró con manos temblorosas de la red, pero no logró quitársela de encima. Gritó una y otra vez, llamó a su padre para que viniese a ayudarle inclinándose todo lo que podía sobre la barandilla. En la última luz del crepúsculo vio cómo allí abajo su amada, envuelta en velos negros, salía conducida por la puerta. Luego apareció, tirado por dos caballos negros, un coche negro cuyo techo era un gran retrato, el rostro lleno de dolor y desesperación de su padre. La amada subió al coche y este se alejó hasta que desapareció en la oscuridad. En ese instante el hijo comprendió que su misión había sido ser desobediente y que no había superado la prueba. Sintió cómo sus alas creadas en sueños se marchitaban y caían como hojas otoñales, y supo que nunca volvería a volar, que nunca podría ser otra vez feliz y que, mientras durase su vida, permanecería en el laberinto. Pues ahora formaba parte de él.




Lecturas:

Michael Ende, El espejo en el espejo. Biblioteca de la literatura universal

martes, 1 de febrero de 2011

Cosas de Dioses

Rafael Sanzio, El consejo de los dioses, Villa Farnesina 1517-18


Luciano de Samosata nació en el año 120 d. C. en la ciudad que su nombre indica a orillas del Éufrates, en el norte de Siria, capital del reino de Comagene que Roma conquistó para el imperio. Tuvo en vida escaso éxito como escritor, quizás porque su ingenio satírico y mordaz le ganaron la enemistad de numerosos escritores que optaron por silenciar su obra. Luciano viajó bastante, estudió retórica en Antioquía e inició una carrera como conferenciante que lo llevó a Atenas y Roma, Rodas y Palestina, Asia Menor, la Galia y el Ponto. Se le puede imaginar como un intelectual itinerante, buen humorista apreciado en ciertos círculos y escritor prolífico. Sus obras abarcan diversos géneros, desde discursos, sátiras, diátribas, hasta diálogos, novelas cortas, etc...
Entre sus obras humorísticas se encuentran los Diálogos de los dioses, buen ejemplo de un tipo de coloquios en pequeñas escenas cómicas llenas de tonos paródicos donde se escenifican momentos míticos famosos. Los dioses homéricos del Olimpo son mostrados en ágiles caricaturas, utilizando Luciano una prosa suelta, fresca, ligera y coloquial. En estos breves textos se percibe un chispeante humor, teñido a veces de írreverente sátira, parodiando a menudo los ecos de la tradición, utilizando sus figuras sin ningún respeto, como marionetas de un teatrillo popular.
Dejo a continuación cinco de estos diálogos que me han parecido de los más divertidos, invitando a la sonrisa e incluso pudiendo llegar a provocar una sonora carcajada. Nota de humor que no viene mal para contrarrestar cierto estado de apatía propio de los días fríos y oscuros del invierno en estas latitudes. Espero que los disfrutéis.


HEFESTO Y ZEUS


HEFESTO.- ¿Qué debo hacer, Zeus? Pues, siguiendo tus órdenes, vengo con el hacha muy afilada, que si hiciera falta hasta podría partir por la mitad las piedras de un golpe.
ZEUS.- Bravo, Hefesto. Pero, da un golpe seco y párteme la cabeza en dos.
HEFESTO,- ¿Me intentas poner a prueba, a ver si me he vuelto loco? Ordéname de verdad lo que quieres que haga contigo.
ZEUS.- Pues eso justamente, partirme el cráneo por la mitad. Y si no me haces caso no será ahora la primera vez que experimentes en tus carnes mi cólera (1). Y tienes que descargar el golpe con toda tu fuerza sin demorarte, que me muero de dolores de parto que me están haciendo polvo el cerebro.
HEFESTO.- Mira a ver, Zeus, no vayamos a hacer algún disparate; que el hacha está muy afilada y te va a ayudar a parir no sin sangre y al modo de Ilitia (2).
ZEUS.- Tú limítate a descargar el golpe sin miedo, que yo ya sé lo que me conviene.
HEFESTO.- Muy a pesar mío lo voy a descargar. ¿Qué remedio me queda, si lo ordenas tú? ¿Qué es esto? ¿Una muchacha armada? Un gran dolor tenías en la cabeza. Así estabas cabreado, pues estabas dando vida bajo las meninges a semejante doncella, y encima armada. Sin darte cuenta tenías un campamento y no una cabeza. Y ella salta y brinca y agita el escudo y blande la lanza y está llena de furor divino. Y lo más importante, en breve se ha puesto guapísima y en la flor de la vida. Tiene ojos verdes pero el casco los resalta y realza su belleza. Así que dámela en matrimonio como pago por mi asistencia al parto.
ZEUS.- Es imposible lo que pides, Hefesto, pues ella va a querer permanecer siempre virgen; por mi parte no puedo decir nada en contra.
HEFESTO.- Eso es lo que yo quería; el resto corre de mi cuenta y voy a raptarla ya.
ZEUS.- Si te resulta fácil, hazlo, sólo que sé muy bien que tus amores son imposibles
(3)

(1) Alusión a la experiencia anterior sufrida por Hefesto que fue dejado caer desde el Olimpo por Zeus furios de que tomara partido por Hera.
(2) Hija de Zeus y Hera y Hermana de Hebe, es una especie de divinidad femenina que preside los partos.
(3) Hefesto no desistió en su empeño. Intentó violar a Atenea, pero la espuma genesíaca del dios no llegó entrar en ella; sacudida con unas lanas por la diosa, cayó al suelo del que brotó Erictionio según la leyenda.


Nacimiento de Atenea



POSEIDÓN Y HERMES


POSEIDON.- ¿Es posible, Hermes, tener una entrevista con Zeus?
HERMES.- En absoluto, Poseidón.
POSEIDÓN.- De todos modos, anuncia mi visita.
HERMES.- Que no molestes, te estoy diciendo; es un momento inoportuno, así que ahora mismo no lo vas a poder ver.
POSEIDÓN.- ¿Es que está con Hera?
HERMES.- No; se trata de un tema de otra índole.
POSEIDÓN.- Comprendo; es que está dentro Ganímides (su copero amante)
HERMES.- Tampoco es eso; es que está pachucho.
POSEIDÓN.- ¿y de dónde le viene el mal? Me extraña lo que dices.
HERMES.- Me da vergüenza decírtelo; tal es lo que le pasa.
POSEIDÓN.- Pues no debería darte, que para eso soy tu tío.
HERMES.- Acaba de dara a luz, Poseidón.
POSEIDÓN.- ¡Vamos, anda! ¿Que ha parido él? ¿Y de quién es el hijo? ¡A ver si es que no nos hemos dado cuenta de que era andrógino! Su vientre, desde luego, no delataba ninguna hinchazón.
HERMES.- Llevas razón, es que no tenía ahí el feto.
POSEIDÓN.- Comprendo, ha dado a luz otra vez por la cabeza como cuando parió a Atenea; pues sí que tiene una cabeza "paritoria".
HERMES.- Que no, que estaba concibiendo en el muslo el feto extraído de Sémele.
POSEIDÓN.- Cojonudo, el tipo este que se queda embarazado y da a luz por todas partes de su cuerpo. Pero ¿quién es Sémele
HERMES.- Una tebana, la única de las hijas de Cadmo; anduvo con ella y la dejó embarazada.
PSEIDÓN.- Y después, Hermes, ¿dió a luz él en vez de ella?
HERMES.- Pues sí, por muy absurdo que te parezca. Resulta que Hera -ya sabes que es muy celosa- va en secreto a casa de Sémele y la convence de que le pida a Zeus que se acercara a ella con truenos y relámpagos. Como Zeus se dejó convencer y acudió con el rayo, el tejado ardió en llamas y resulta que Sémele muere por acción del fuego. Entonces va y me ordena que corte y abra el vientre de la mujer y le saque el feto sietemesino. Una vez que lo hice, rasgándose su propio muslo va y se lo coloca dentro para que allí se desarrolle hasta el final; y ahora ya, al tercer mes, lo ha parido y, de resultas de los dolores, está pachucho.
POSEIDÓN.- ¿Y dónde está ahora el bebé?
HERMES.- Luego de llevarlo a Nisa, lo entregué a las ninfas para que lo criaran, no sin antes darle el nombre de Dioniso
POSEIDÓN.- ¿Resulta entonces que es al mismo tiempo madre y padre de Dioniso?
HERMES.- Eso parece; yo me voy a traerle agua para la herida y poner en práctica los cuidados de ritual con un recién parido.

Nacimiento de Dioniso


PAN Y HERMES

PAN.- ¡Salud, padre Hermes!
HERMES.- Salud a ti también. Pero ¿cómo es que soy yo tu padre?
PAN.- ¿Es que no eres tú Hermes Cileno (1) ?
HERMES.- Por supuesto que sí. Mas ¿cómo eres tú hijo mío?
PAN.- Soy hijo espurio, bastardo, fruto de tu ímpetu amoroso.
HERMES.- Sí, por Zeus; tal vez de un cabrón que cometió adulterio con una cabra; porque ¿cómo hijo mío, con semejantes cuernos, semejante nariz, semejante barba poblada, patas bisulcas de macho cabrío y un rabo asomando por el culo?
PAN.- En la medida en que te burlas de mí, tu hijo, estás colmándote de insultos a tí mismo, padre, que engendraste y fabricaste semejantes hijos; yo no soy en absoluto culpable.
HERMES.- ¿Y quién dices que es tu madre? ¿Será que sin darme cuenta seduje a alguna cabra?
PAN.- No sedujiste a ninguna cabra, pero refresca tu memoria, a ver si en cierta ocasión forzaste en Arcadia a una moza libre... ¿Qué pretendes mordiéndote el dedo y te quedas pasmado? Me estoy refiriendo a Penélope la hija de Icario (2).
HERMES.- ¿Y qué le sucedió para parirte cabrón en lugar de ser semejante a mí?
PAN.- Con sus propias palabras te contaré la historia. Al enviarme a Arcadia me dijo: "Hijo, yo soy Penélope la espartiata, tu madre, pero sábete que tienes por padre a un dios, a Hermes, hijo de Maya y de Zeus. Y si llevas cuernos y tienes patas de cabrón, no debes afligirte por ello, que cuando tu padre se acostó conmigo adoptó la imagen de un macho cabrío a fin de pasar desapercibido y de resultas de ello saliste tu parecido a un cabrón.
HERMES.- Sí, por Zeus, ya me acuerdo de haber hecho algo semejante. ¿Así que yo, que tanto presumo de mi belleza y que para colmo soy barbilampiño, voy a ser llamado padre tuyo y a ser el hazmerreir de todos por este hijo tan guapo?
PAN.- Yo no voy a dar motivo para que te avergüences de mí, padre. Pues soy músico y toco la siringe con total suavidad y Dioniso no puede hacer nada sin contar conmigo sino que me ha nombrado conpañero y miembro de su cortejo, y además le dirijo el coro. Y si pudieras contemplar mis rebaños, cuántos tengo por Tegea y en las laderas del Partenio, te pondrías contentísimo; soy también dueño y señor de toda Arcadia e incluso ayer, como quien dice, luchando como aliado de los Atenienses en Maratón destaqué por mi valor de tal manera que como premio se me concedió la cueva que hay al pie de la Acrópolis. Y caso que vayas a Atenas sabrás lo importante que es allí el nombre de Pan (3).
HERMES.- Y dime, ¿te has casado ya, Pan, pues creo que es así como te llaman?
PAN.- ¡Qué va!, padre, pues soy propenso a enamorarme y no me conformaría fácilmente con acostarme con una sola.
HERMES.- A la vista está que andas metiendo mano a las cabras.
PAN.- Te burlas de mí, yo me acuesto con Eco, Pítide y todas las ménades de Dioniso, y se me rifan.
HERMES.- ¿Sabes, entonces, hijo, cuál es el primer favor que voy a pedirte?
PAN.- Mándame, padre, sepamos cuál es.
HERMES.- Acércate y abrázame, pero mira de no llamarme padre tuyo cuando pueda oírlo otro.

(1) Este nombre de Hermes hace alusión al nacimiento de Hermes en una cueva del monte Cilene, al Sur de Arcadia; en este sentido es "paisano" de Pan, dios de pastores y rebaños cuyo culto se propaga pronto por toda Grecia.
(2) Por más que pueda resultar un tanto sorprendente para el lector esta Penélope a la que alude Pan, es la virtuosa esposa de Ulises.
(3) Tan importante que en la ladera noroeste de la Acrópolis se encontraba y veneraba la cueva de Pan, cuya intervenión legendaria en Maratón es glosada por HERÓDOTO, VI 105, y por el propio LUCIANO, Doble acusación, y Aficionado a la mentira 3.

Cabeza del dios Pan, museo arqueológico de Córdoba




HERMES Y HELIOS

HERMES.- Dice Zeus, Helios, que no conduzcas hoy el carro, ni mañana, ni al otro, sino que te quedes dentro; así el tiempo que transcurra será una larga noche. Conque, suelten las Horas de nuevo a los caballos, y tú apaga el fuego y tómate un descanso bien prolongado (1).
HELIOS.- Me das un recado nuevo y singular. ¿Es que piensa que me he apartado del camino en mi carrera y me he salido fuera de los límites y por ello está enfadado conmigo y ha dictaminado hacer la noche tres veces más larga que el día?
HERMES.- No es nada de eso, ni va a ser así para siempre. Es que en este momento necesita que la noche le resulte más larga.
HELIOS.- ¿Y dónde está? o ¿desde dónde te ha enviado con este recado para mí?
HERMES.- Desde Beocia, Helios, de casa de la esposa de Anfitrión con la que está acostado porque se ha enamorado de ella (2).
HELIOS.- Entonces, ¿es que no le basta con una sola noche?
HERMES.- En absoluto, pues de su unión debe ser engendrado un tipo enorme y sufrido en grado sumo (Heracles), y llevar a buen término un ejemplar así es imposible en una sola noche.
HELIOS.- Pues ojalá se las apañe para llevarlo a buen término. Esas cosas no pasaban, Hermes, en tiempos de Crono -estamos solos, ¿verdad?-; él nunca abandonaba el lecho de Rea ni dejaba el cielo para acostarse en Tebas, sino que el día era día y la noche adecuaba su duración a las estaciones, y no había nada extraño ni nada fuera de lo corriente, ni él se habría acostado nunca con una mujer mortal. Pero ahora, por causa de una desgraciada mujerzuela hay que poner todo patas arriba y mis caballos van a quedar faltos de entrenamiento por inactividad, mi camino va a hacerse intransitable por espacio de tres días completos; y los pobres hombres van a pasar la vida en la oscuridad. Ventajas de este tipo es lo que van a sacar en limpio de los amores de Zeus: esperar sentados envueltos en densa niebla a que él acabe de llevar a buen término al atleta en cuestión.
HERMES.- Calla, Helios, no vallan a acarrearte alguna desgracia tus palabras. Yo me marcho a casa de Selene y de Hipno (3) a transmitirles los recados de Zeus; a ella que avance su camino con cachaza; a él, Hipno, que no suelte a los hombres a fin de que no sepan que la noche se ha vuelto tan larga.

(1) El quehacer cotidiano del sol aparece cantado por primera vez con gran belleza en MIMMERMO DE COLOFON, 40 D.
(2) Este tema da pie a Plauto para la creación de una comedia de ese título: Anfitrión.
(3) La luna y el sueño respectivamente, ambos personificados.


Carro solar de Helios



AFRODITA Y EROS


AFRODITA.- En fin, Eros, ¿a cuento de qué te has enfrentado con todos los demás dioses, Zeus, Poseidón, Apolo, Rea y conmigo, tu madre, y únicamente te has mantenido a distancia de Atenea, y al contacto con ella se te apaga la antorcha, se te vacía de flechas el carcaj y pierdes el arco y la puntería?
EROS.- Le tengo miedo madre, pues resulta espantosa, de mirada radiante y terriblemente varonil. Y cuando tensando el arco intento dispararle, agitando el penacho me asusta, y me pongo a temblar y se me escurren las flechas de las manos.
AFRODITA.-¿Y acaso no daba más miedo Ares? Y sin embargo lo desarmaste y lo venciste.
EROS.- Pero es que él me acepta y me recibe de buena gana, en tanto que Atenea me está siempre mirando de reojo y en cierta ocasión que yo estaba volando cerca de ella con la antorcha me dijo: si te acercas a mí, por mi padre que te atravesaré con mi lanza o cogiéndote de un pie te tiraré al Tártaro o yo misma te descuartizaré; diversas amenazas de esa índole me lanzó. Tiene una mirada penetrante, y pegado al pecho lleva un rostro que da miedo (1) con cabellera de víboras, y eso es precisamente lo que más miedo me da. Me asusta y luego huyo cada vez que lo veo.
AFRODITA.- Así que te dan miedo Atenea y la Gorgona, pero no temes an cambio el rayo de Zeus. Y las musas ¿por qué están indemnes y fuera del radio de acción de tus flechas? ¿O es que ellas también agitan penachos y exiben gorgonas?
EROS.- Siento respeto ante ellas, madre, pues son venerables, tienen constantes inquietudes, se preocupan del canto y yo en muchas ocasiones me quedo plantado a su lado hechizado por su melodía.
AFRODITA.- Déjalas, pues, ya que son venerables; y ¿por qué razón no hieres a Ártemis?
EROS.- Pues simplemente porque no la puedo capturar, ya que anda siempre huyendo de mí por las montañas y además tiene ya su amor particular.
AFRODITA.- ¿Cuál es, hijo?
EROS.- Caza, ciervos y cervatillos que persigue para cogerlos y atravesarlos con sus flechas; no vive más que para eso. Porque en lo que respecta a su hermano (Apolo) que es también arquero y tirador certero...
AFRODITA.- Ya lo sé, hijo, que en muchas ocasiones lo has herido con tus flechas.


(1) Alusión a la cabeza de la Gorgona Medusa que dejaba petrificado a quien le dirigia la mirada.


Cabeza de Medusa (tranquilos, esta no os dejará petrificados)



Lecturas:


Luciano de Samosata, Obras IV. Editorial Gredos 1982


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