Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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miércoles, 20 de agosto de 2014

Sincronicidad


Cetonia aurata


 Nuestra psique está formada en armonía con la estructura del universo, y lo que sucede en el macrocosmos sucede igualmente en los rincones infinitesimales y más subjetivos de la psique.

C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos


Vuelve, regresa a mí finalmente, mi propio Yo y las partes de él que durante mucho tiempo estuvieron en el extranjero y esparcidas entre todas las cosas.

Nietzsche, Así habló Zaratrusta



Siguiendo con las lecturas de Richard Tarnas de quien publiqué la entrada anterior sobre su obra La pasión de la mente occidental, me llevé para mi descanso vacacional su otra obra publicada en castellano editada también por Atalanta, Cosmos y Psique. Entre sus primeras páginas encuentro un capítulo dedicado a la sincronicidad que teorizara Carl Gustav Jung. Siendo éste un tema que me resulta muy interesante no me resisto a transcribir unos párrafos.


 La sincronicidad y sus implicaciones 
(fragmentos)
por
Richard Tarnas



La mayoría de nosotros hemos observado en el curso de nuestra vida coincidencias en las que dos  o más acontecimientos independientes y sin aparente conexión causal parecen, no obstante, constituir un patrón de significado. En ocasiones, la fuerza interna de ese patrón nos asombra hasta el punto que nos cuesta creer que la coincidencia se deba únicamente al azar. Los acontecimientos dan la clara impresión de haber sido dispuestos con toda precisión, de haber sido imperceptiblemente orquestados.
Jung describió por primera vez este notable fenómeno, que denominó sincronicidad, en un seminario de 1928. Continuó sus investigaciones a lo largo de más de veinte años antes de intentar por fin una plena formulación del mismo, a principios de los años cincuenta. Presentó su influyente análisis de la sincronicidad, todavía en gestación, en su última ponencia  en las conferencias Eranos, a la que de inmediato siguió una larga monografía. Desarrollado en parte en discusiones con físicos, en especial con Einstein y
Wolfang Pauli, el principio de sincronicidad presentaba paralelismos con determinados descubrimientos de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. Sin embargo, a causa de su dimensión psicológica, el concepto de Jung, resultaba especialmente pertinente ante el cisma de la cosmovisión moderna entre el sujeto humano en busca de sentido y el mundo objetivo vacío de sentido. Desde el primer momento, este principio ha ocupado una posición única en los análisis contemporáneos, pues los físicos lo han descrito como un reto capital a los fundamentos filosóficos de la ciencia moderna y, al mismo tiempo, los estudiosos de la religión han visto en él profundas implicaciones para la psicología de la religión. La cantidad de libros y la atención que, tanto entre eruditos como entre el público en general, se dedicaron al concepto y al fenómeno ha sido aumentado de una década a otra.
Al comienzo, Jung se interesó particularmente por las coincidencias significativas debido, sin duda, a que la frecuencia con que ocurrían habían ejercido una considerable influencia en su propia experiencia vital. También observó que, en el proceso terapéutico de sus pacientes, esos acontecimientos desempeñaban repetidamente un papel a veces poderoso, sobretodo en períodos de crisis de transformación. 
La espectacular coincidencia de significado entre un estado interior y un acontecimiento exterior simultáneo parecía producir en el individuo un movimiento sanador orientado a la plenitud psicológica y mediado por la inesperada integración de realidades internas y externas. A menudo estos acontecimientos daban lugar a un nuevo sentido de orientación personal en un mundo al que, en la nueva situación, se consideraba capaz de encarnar finalidades y significados más allá de las meras proyecciones de la subjetividad humana. De pronto, el caos aleatorio de la vida parecía encubrir un orden más profundo. Se había dado, por así decir, un giro sutil, un color inesperado en el pálido vacío de significado, un indicio, en palabras de William James, de "algo más".
Junto con las apariciones más profundas de la sincronicidad se daba la naciente intuición, que a veces se veía como un despertar espiritual, de que el individuo, hombre o mujer, no sólo estaba inserto en un fundamento más amplio de sentido y finalidad, sino que, en cierta manera, era también un foco del mismo. Este descubrimiento, que a menudo emergía después de un prolongado período de oscuridad o de crisis espiritual, tendía a ir acompañado de la apertura o nuevas potencialidades y responsabilidades existenciales. Tanto a causa de este significado personal directamente vivido, como de sus asombrosas implicaciones, semejante sincronicidad era portadora de una cierta numinosidad, una carga espiritual dinámica con consecuencias transformadoras para la persona que la experimentaba. A este respecto, el fenómeno parecía funcionar, en términos religiosos, como a algo parecido a una intervención de la gracia. Jung observó que con frecuencia estas sincronicidades se guardaban en secreto o con reserva, para evitar la posibilidad del ridículo que acecha a un acontecimiento de tan relevante significado personal.
El ejemplo clásico de una experiencia crucial de sincronicidad es la conocida descripción de Jung del caso del "escarabajo de oro". Hela aquí:

Mi ejemplo se refiere a una joven paciente que, a pesar de los esfuerzos de ambas partes, demostraba ser psicológicamente inaccesible. La dificultad estribaba en que siempre estaba mejor informada acerca de todo. Su excelente educación le había proporcionado un arma perfectamente idónea, a saber, un racionalismo cartesiano muy refinado, con una impecable concepción "geométrica" de la realidad (como en el típico modo de demostración lógica de Descartes). Tras varios e infructuosos intentos de suavizar su racionalismo con un poco más de comprensión humana, tuve que limitarme a que ocurriera algo inesperado e irracional, algo que hiciera estallar la burbuja intelectual en la que se había encerrado. Pues bien, un día estaba yo sentado frente a ella, de espaldas a la ventana, escuchando su flujo de retórica. La noche anterior, ella había tenido un sueño impresionante en el que alguien le entregaba un escarabajo de oro, una lujosa pieza de orfebrería. Mientras me contaba su sueño, oí detrás de mí que algo golpeaba suave y repetidamente la ventana. Miré y vi que se trataba de un insecto volador bastante grande, que golpeaba el cristal de la ventana desde fuera en un evidente esfuerzo por entrar en la habitación oscura. Esto me pareció
muy extraño. Abrí la ventana de inmediato y cogí el insecto en el aire mientras entraba. Era un escarabajo, una Cetonia aurata, cuyo color verde dorado lo hace muy semejante a un escarabajo de oro. Le entregué el insecto a mi paciente mientras le decía: "Aquí está su escarabajo". Esta experiencia finalmente perforó su racionalismo y rompió el hielo a su resistencia intelectual. A partir de ese momento se pudo proseguir el tratamiento con resultados satisfactorios. (Jung)

La extraordinaria coincidencia entre las imágenes poderosamente simbólicas que la mujer había experimentado en su sueño la noche anterior, y que en ese preciso momento estaba relatando, y la espontánea aparición en la ventana de un insecto que era "lo más parecido al escarabajo de oro que se puede encontrar en nuestras latitudes", penetró eficazmente a través de la coraza intelectual con la que la paciente había estado bloqueando su desarrollo psicológico. En ese momento, "su ser natural podía irrumpir... y el proceso de transformación ponerse en marcha".
En otro ejemplo semejante, que se relata en los cuadernos de Esther Harding, una paciente cuyos sueños estaban llenos de imágenes sexuales insistía en interpretarlos en términos simbólicos no sexuales, a pesar del esfuerzo de Jung para persuadirla de su más probable significado directo. El día de la sesión siguiente, dos gorriones aletearon hacia el suelo, a los pies de la mujer, y "realizaron el acto".
En algunas raras ocasiones, una sincronicidad adquiere un poder extraordinario por su impacto en un individuo históricamente significativo, de modo que, en última instancia, desempeña un papel decisivo en la vida colectiva de una cultura más amplia. La famosa coincidencia que constituyó un punto de inflexión en la vida de Petrarca tuvo lugar en el apogeo de su ascenso al Mont Ventoux, en abril de 1336, acontecimiento que durante mucho tiempo los estudiosos vieron como el comienzo simbólico del Renacimiento. Durante muchos años, Petrarca había sentido un creciente impulso a ascender esta montaña para contemplar el vasto panorama desde su cima, pese a que en su época se trataba de algo prácticamente inaudito. Por fin eligió el día y, en compañía de un hermano, realizó el largo ascenso, marcado por el intenso esfuerzo físico y la reflexión interior. Cuando, finalmente, alcanzó la cumbre, con nubes bajo los pies y vientos contra el rostro, Petrarca se sintió sobrecogido por la gran extensión del mundo que se abría ante él: montañas con el pico cubierto de nieve y el mar en la distancia, ríos y valles debajo, la inmensa expansión del cielo en todas las direcciones. James Hillman refiere así el acontecimiento:

En la cumbre de la montaña, con la sublime visión de la Provenza francesa, los Alpes y el Mediterráneo desplegados ante él, abrió su pequeño ejemplar de bolsillo de las Confesiones de Agustín. Hojeándo al azar, fue a dar en el libro X, 8, y leyó: "Los hombres viajan para admirar la altura de los montes, las grandes olas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, la latitud unmensa del océano, el curso de los astros, y se olvida de lo mucho de admirable que hay en sí mismos...".
Petrarca quedó atónito ante la coincidencia entre las palabras de Agustín y el momento y el lugar en que las leía. Su emoción marcó el despertar de su vocación personal y proclamó a la vez la nueva actitud del Renacimiento... Petrarca extrajo su conclusión decisiva del acontecimiento del Mont Ventoux: "Nada es admirable excepto el alma" (nihil praeter animun esse mirabile). (James Hillman)

Petrarca quedó tan conmovido por la fuerza de la coincidencia de las palabras de Agustín que permaneció en silencio durante todo el descenso. Reconoció de inmediato esta coincidencia como parte de un modelo más general de tales momentos de transformación, por los que otros habían pasado en la historia de las conversiones espirituales: "No podía creer que había dado con ellas por mera casualidad. Lo que allí había leído  me parecía dirigido a mí y a nadie más que a mí, a la vez que recordaba que San Agustín había sentido lo mismo en su propio caso". Efectivamente, Agustín había sentido una experiencia casi idéntica con ocasión de su gran giro espiritual.

(...) En agudo contraste con la cosmovisión moderna, Jung dejó de considerar el mundo exterior como fondo puramente neutral sobre el cual la psique humana persigue su aislada búsqueda intrasubjetiva de sentido y finalidad. Más bien, todos los acontecimientos, internos y externos, ya emanaran del inconsciente humano, ya de la matriz más amplia del mundo, eran reconocidos como fuentes de potencial significado psicológico y espiritual. Desde esta perspectiva, no sólo la psique individual, y no sólo el inconsciente colectivo de la humanidad, sino la naturaleza entera, sostenían e impulsaban la psique humana hacia una mayor conciencia de la finalidad y el significado. Cada momento del tiempo poseía un cierto carácter o cualidad tangibles que impregnaban los diversos acontecimientos que tenían lugar en ese momento.

  De verdad, es como si el tiempo, lejos de ser una abstracción, fuera un continuo concreto que contiene cualidades o principios que pueden manifestarse con relativa simultaneidad en diferentes lugares y con paralelismos para nosotros inexplicable, como en los casos de aparición simultánea de idénticos pensamientos, símbolos o condiciones psíquicas... Todo lo que nazca en ese momento particular tiene la cualidad de ese momento. (Jung)

Carl Gustav Jung, Libro Rojo (p. 159)

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He de confesar que de donde he extraído este fragmento, -Cosmos y Psique-,  tan sólo he llegado a leer las primeras cien páginas de un volumen de más de ochocientas, pues la lectura dejó de interesarme por la forma de abordar cuestiones sobre astrología. Tras algunos intentos en los últimos días por reiniciar su lectura finalmente desisití, (no sin antes transcribir en el borrador el texto anterior) decidiendo una vez regresado a Barcelona ir a buscar otro libro que encontré en la web de una biblioteca pública cercana a casa que no cerraba por vacaciones. El caso es que este otro libro que en un principio debía estar en el estante de la sección que me indicaron en el mostrador de préstamos, no se encontraba allí, estaba desaparecido o alguien lo había cogido en aquel momento. Sin embargo otro libro en aquel mismo lugar me llamo la atención. Se trata de Auras, de Elémire Zolla, autor ya conocido por mi y que en algunas ocasiones he publicado algo. Lo cierto es que no recordaba tener noticia de este otro libro de su producción, y por ser un escritor muy de mi interés no dudé en llevármelo sin tan siquiera hojearlo. Mi sorpresa ha sido cuando al comenzar a leerlo, en sus primeras páginas aparece un capítulo titulado El aura de las coincidencias, donde se refiere al tema de la sincronicidad teorizada por Jung, para, entre otros casos, narrar también la experiencia sobre el sueño con un escarabajo de una de sus pacientes que aparece incluido en el texto anterior y del que no tuve conocimiento hasta entonces.
Dejándome llevar por el entusiasmo de la coincidencia no dudo en ampliar esta entrada transcribiendo unos pasajes de ese capítulo:


El aura de las coincidencias
(fragmentos)
por
Elémire Zolla

(...) Un autor alemán, Wilhelm von Scholz, dedicó un libro a las coincidencias. Entre otras cosas narraba que una mujer hizo una fotografía a su hijita y la llevó a revelar a Estrasburgo; luego estalló la guerra y no pudo ir a recogerla; alcabo de algunos años le hizo una fotografía al hijo y la llevó a revelar a Frankfurt. Resultó impresa sobre la película en la que había sido fotografiada años antes la hija. ¿Cómo había ido a parar a Frankfurt precisamente aquella película entregada en Estrasburgo? Jung aceptó la pregunta y meditó sobre las palabras de von Scholz: "Es como si todo fuera el sueño de una conciencia incognoscible, más grande y más vasta".
El tema se le impuso a Jung cuando una paciente le refirió el sueño de un escarabajo precisamente en la vigilia de la curación. Lo estaba contando cuando Jung oyó un ruido a sus espaldas: una cetonia aurata se restregaba por los cristales, intentando penetrar en la habitación obscura del médico y cuando él abrió los postigos voló a la palma de su mano. Durante el mismo período una paciente le explicaba que bandadas de pájaros volaban hacia ella cuando un familiar estaba en peligro de muerte (es obvio que en mi familia, siempre que se muere un familiar, un pájaro descarriado se posa en el alfeizar).
Jung notó que en ambos casos se producía una coincidencia suplementaria. Todo ocurría en momentos cruciales para la psique de quien estaba implicado y los hechos estaban combinados con un mensaje redactado en términos mitológicos arcaicos: el escarabjo es el emblema egipcio de la resurrección y de la autosuficiencia; los pájaros, tanto en Egipto como en Grecia y en otros sitios, simbolizan las almas de los difuntos, a las que Homero denomina las gorgeantes.
Jung, el cual detrás de una falsa apariencia era un filósofo de férreas deducciones, dio otro paso adelante; si las coincidencias señalan una muerte y reflejan un cambio interior mediante eventos externos, singulares y no explicables, y si dicha combinación de exterior e interior reactiva un símbolo arcaico, se puede deducir que el fenómeno depende de un arquetipo que entra en juego substituyendo a otros. La experiencia enseña, añade él, que esta muerte está acompañada por sueños de mandala, de dibujos geométricos polarizados en el centro.
Las coincidencias son,  pues, hechos relacionados entre sí por una cierta significatividad, pero sin una relación de causa efecto. Son sincrónicas pero también expresan un significado, por lo que son sincronizadas.
(...) Los sincronismos muestran la única ley válida en el mundo subatómico, donde no funciona la relación de causa y efecto; la coincidencia del encuentro entre Jung y el físico Pauli le permitió a ambos formular esta ulterior deducción. 
En el mundo subatómico que subtiende y nos rige a anosotros y a nuestras ilusiones "causales", la polarización de un fotón "produce" eventos en su pasado; entre un salto de quanta y el otro, el átomo no está en el tiempo; o sea, que el tiempo no es continuo. No existen objetos "claros y singulares", al contrario: si dos partículas se han influido respectivamente, constituyen entre sí un sistema, cualquiera que sea la distancia en la que se encuentran luego. En el corazón de la realidad están vigentes solamente coincidencias, sincronismos. El fulgor de un aura acompaña las coincidencias que notamos en la vida ordinaria, porque se intuye obscuramente que a través de ellas se manifiesta la verdad más escondida y uno se queda entusiasmado: el momento resulta glorioso.
(...) Profecía y poesía son afines: ¿qué le ocurre a un poeta si no un salpicarse de coincidencias, por lo que un tema evoca un ritmo, un metro, y luego convoca frases, hace recaer acentos y rimas en el lugar inevitable? Hace admirar una poesía aquello que en la vida hace asombrarse ante las coincidencias. El artista es simplemente un artesano a quien le acontecen sincronías en el trabajo. Pero cualquier amor, cualquier empresa afortunada o heroica evocan sincronismos. Escribir un relato o un ensayo es hermoso si la redacción se produce por coincidencias: la frase captada en el mercado resuelve un desarrollo narrativo; un libro cae al suelo y, al abrirse, muestra la cita que sella una página. Una vida, una obra, privadas de estas combinaciones discurren desoladas y apagadas.


Lecturas:

Richard Tarnas, Cosmos y Psique. Atalanta 2008

Elémire Zolla, Auras. Paidos 1994


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