Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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domingo, 27 de diciembre de 2015

¿Qué nos dicen las piedras?


Joaquín Reyes, "Realidad a la piedra", 2013


Las piedras -por excelencia las piedras duras-, continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a cada cual un lenguaje a su medida.

André Breton, La lengua de las piedras



Joaquín Reyes, guionista y actor en delirantes programas televisivos como "Muchachada Nuy", "Museo Coconut" y "Viaje a Lilifor" tiene también una faceta como humorista gráfico que ha dado como resultado algunos títulos publicados entre los que encontramos "Realidad a la piedra", del que dejaré aquí algunas de sus viñetas. 
Como dijera el ideólogo del surrealismo André Breton, las piedras -al igual que todo lo que forma parte de la naturaleza y nuestro entorno podríamos añadir- hablan a cada cual en función de la particular capacidad que tenga para oirlas. En el caso del autor que nos ocupa, todo lo que le dicen las piedras no es captado por su sentido del oído, sino por su imaginativo sentido del humor. Es desde esa particular clave -saludable para observar la realidad del mundo y la propia de tanto en tanto- con la que Fragmentalia se despide por este año, enviando así mismo los mejores deseos para el 2016 a todos sus lectores y amigos.


Realidad a la piedra
(selección de viñetas)
por
Joaquín Reyes




















Lecturas: 

Joaquín Reyes, Realidad a la piedra, Random House Mondadori 2013


Entradas relacionadas:

Hablan las Piedras

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miércoles, 16 de diciembre de 2015

El poder de los sultanes


El sultán otomano Mehmed IV escoltado por dos jenízaros


"Eran particularmente imponentes las procesiones celebradas en ocasión de la circuncisión del joven príncipe. El muftí iba a la cabeza del desfile, sentado en un alto tabernáculo a lomos de un camello, e iba leyendo un Corán que llevaba en la mano; (...) Tras impartir sus bendiciones, hacer votos, prodigar felicitaciones y formular auspicios, el muftí descendía de lo alto de su acastillada cabalgadura para ir a colocar sus ofrendas a los pies del soberano mientras todos se postraban ante el Gran Turco, Representante de Dios en la Tierra, Sombra de Alá, Hermano del Sol y de la Luna, Rey de Reyes, Señor de las Coronas, Amo de este tiempo y Pavón del Mundo".

Gianni Guadalupi, Otomanos en Palacio.




Un interesante y bello manuscrito del siglo XVII alojado en la Biblioteca Nacional de Austria despierta mi curiosidad bibliófila. En el se da cuenta de la tradición en la corte otomana de atribuir un origen ilustre y mítico a sus monarcas a través de tablas genealógicas, algo común en la propaganda ideológica y política tanto en realezas orientales como occidentales dirigida a legitimar su poder. La autoría  del texto de esta obra titulada Subhat-al-ahbar (árbol genealógico), es atribuida al derviche Mahûd ibn Ramadân, los retratos miniados y motivos decorativos fueron pintados por Hasan de Estambul.



Mahmûd ibn Ramadân, árbol genealógico
por
Solveig Rumpf-Dorner
(Biblioteca Nacional de Austria)



Orhan, Murad I, Bayezid I y Mehmed I
Al igual que muchos potentados europeos de la Antigüedad, la Edad Media y la Edad Moderna, los otomanos intentaron demostrar mediante tablas genealógicas que su dinastía descendía de nobles y de renombrados señores o que tenía incluso un origen divino para fundamentar (y legitimar) así su derecho al poder. Según la leyenda, el mítico príncipe Oghuz, imperioso  señor de los oguzos, descendía en línea directa de Jafet, hijo de Noé, y a su vez Ertugral, padre del primer sultán otomano y patriarca de la tribu turca, pertenecía al pueblo de los oguzos. Con ello quedaba demostrado que la casa de Osmán era de ilustre alcurnia, comparable al menos con la de otros clanes como el de los descendientes de Gengis Khan.
De esta forma surgió una larga serie de tablas genealógicas, algunas de ellas en forma de libro y otras en forma de rollo, que, partiendo  de Adán y Eva, no sólo recogían el origen familiar de los sultanes turcos, sino también el de muchos otros linajes árabes, persas y turcos. Muchas de esas tablas genealógicas no están iluminadas y "sólo" presentan medallones de texto con los nombres, en su mayoría bellamente caligrafiados; otras están decoradas con miniaturas de los miembros más importantes de la familia, como es el caso de este magnífico manuscrito del siglo XVII.
Entre los personajes protagonistas se cuentan los patriarcas y los profetas del Antiguo Testamento, así como otras figuras del Nuevo Testamento, de los que el Corán dice: "(Abraham) recibió de nosotros a Isaac y a Jacob, y ambos fueron guiados por nosotros, como antes dirigimos a Noé y a sus descendientes, a David, Salomón, Job, José, Moisés y Aarón;... y también a Zacarías, Juan, Jesús, Elías, todos ellos hombres justos... Ésta es la mano de Alá, con la que Él guía a los siervos que le agradan" (Sura 6, 85-89).

 Mahoma con el rostro cubierto por un velo

En este árbol genealógico otomano se recogen miniaturas y medallones con los nombres de todos esos seres "bíblicos", así como imágenes de Mahoma, el ultimo y mayor profeta del Islam, a quien se representa tradicionalmente con velo, e incluso de Alejandro Magno, héroe legendario que también está mencionado en el Corán (fol. 8r). Los textos narran las leyendas de los personajes míticos o las biografías de los personajes históricos.

Arriba Adán y Eva; debajo a la izquierda Abb al Harith, quien según la leyenda islámica era hijo suyo, y debajo de él Gayumard, patriarca de la renombrada dinastía persa. A la derecha Abel; debajo Caín. En los medallones del centro  se menciona a Set y a todos los descendientes.

El manuscrito sólo contiene la representación de una mujer en una miniatura de Eva (imagen de arriba). La figura de María, como se conoce en otros árboles genealógicos otomanos (Biblioteca Nacional de Austria, cod. A. F. 17), no tiene cabida aquí, si bien el códice le reserva un pequeño medallón junto a la miniatura de Jesús, con la inscripción "Jesus, el hijo de María" (imagen de abajo). Otros medallones dorados contienen los nombres de las hijas del profeta Mahoma.

 A la izquierda Alejandro Magno y Jesús; a la derecha, Zacarías y Juan el Bautista

La forma de representación de las distintas figuras sigue determinados modelos de los profetas con resplandecientes nimbos dorados, Mahoma y sus descendientes directos con turbante verde, los reyes persas por lo general como guerreros con guardabrazos y armas (fol. 5r), y Caín el fratricida caracterizado como adorador del fuego. Los tipos y los atributos de los personajes "bíblicos" presentan además ciertos paralelismos con las caracterizaciones cristianas habituales: Jesús con barba, cabello largo, una sencilla túnica y un libro en las manos; Noé tiene un atril con un Corán ante sí y al fondo se ve el Arca.

 Noé leyendo el Corán (fol. 5 r.)

Este árbol genealógico se encargó seguramente al derviche Mahmûd ibn Ramadân, quien lo dedicó al sultán Suleimán el magnífico (m. 1566). En esta copia se llega hasta el monarca Mehmet IV (derrocado en 1687). Las últimas páginas del manuscrito muestran de dos a cuatro medallones grandes cada una con retratos de sultanes otomanos, en la última hoja, escondidad a los pies del trono del sultán Mehmet IV, aparece la firma del artista: Hasan de Estambul.


Datos del manuscrito:

EXTENSIÓN: 17 hojas de papel oriental.
TAMAÑO: 300 x 185 mm.
ECUADERNACIÓN: turca del siglo XVII en piel de cabra marrón con medallón gofrado en oro.
AUTOR: Mahmûd ibn Ramadán (siglo XVI)
MATERIAS: Subhat-al-ahbar (árbol genealógico)
IDIOMA: turco.
MINIATURISTA: Hasan al-Istanbuli (siglo XVII).
ORNAMENTACIÓN: títulos en viñetas, 102 miniaturas con retratos, medallones de nombres, fondo con motivos florales en dorado, orlas, motivos caligráficos, representaciones de animales y plantas a página entera.
PROPIETARIOS ANTERIORES: el manuscrito llegó a manos del prícipe Eugenio de Saboya (1663-1736) en calidad de botín de las guerras turcas; desde 1737 está documentado en la Biblioteca de la corte.
SIGNATURA: Viena, ÖNB, cod. A. F. 50. 

Caín como adorador del fuego (detalle del Fol. 4v)


Lecturas:

Varios autores, Las Bíblias más bellas. Taschen 25 aniversario

Gianni Guadalupi, Otomanos en Palacio, Revista FMR edición española pags. 84-96


Otras entradas sobre manuscritos:


La Hagadá de Barcelona

Imágenes del Apocalipsis

Laberintos literarios

Opicinus de Calistris y la pulsión creativa

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lunes, 7 de diciembre de 2015

Nosotros, los Zombis

Apertura de puertas de un centro comercial en el  "Viernes Negro" (Black Friday)


Sí, el mundo de los monstruos está con nosotros. Nos persigue; forma, acaso, las raíces más profundas de nuestra civilizaciónl. Más aún, nos es consustancial. Nos atreveríamos a decir que, el Mare Tenebrarum (Mar Tenebroso), lo llevamos todos dentro del alma… O, aún más, si queréis: el monstruo somos nosotros mismos.

Guillermo Diaz-Plaja, Los monstruos y otras literaturas 


 
Un artículo aparecido hace unos días en la Revista Sans Soleil dentro de los estudios de la cultura visual, se presenta también como una critica a la sociedad contemporánea de consumo. Dentro de la línea de investigación trazada por anteriores analistas, que encuentran en los monstruos de la literatura y el cine fantástico una respuesta a las angustias del imaginario colectivo provocadas por el clima social de cada época, para el joven investigador Ferrer Ventosa actualmente estarían proyectándose en la gran proliferación de secuelas, tanto de la gran pantalla como de tv, donde los zombis se erigen como protagonistas del momento.
 

Nosotros los zombis
El monstruo en la era del capitalismo avanzado
(Fragmentos)
por
  Roger Ferrer Ventosa
(Universitat de Girona)



Si hay una figura que ha encarnado en la representación artística a la monstruosidad durante el tardocapitalismo social y el posmodernismo cultural ha sido el zombi. Desde finales de los años setenta ha servido como metáfora de las condiciones de vida y de los temores sociales. Para ilustrar la tesis principal del presente estudio se comentarán algunas películas que servirán para evidenciar la condición del muerto viviente de monstruo idiosincrásico del momento. (...)

En expresión del teórico Robin Wood, las películas de terror constituyen pesadillas colectivas. Por ello, si en Frankenstein asomaba lo que el cientificismo de principios del XIX temía de su propio código de conocimiento, en Drácula se escenificaban las pulsiones ocultas de la sociedad victoriana, o el cine de psicópatas se incardinaba en la atmósfera paranoica del neoconservadurismo estadounidense reaganiano (con un imaginario marcado por el SIDA, en el que presionaban sectores radicales que tomaban la enfermedad por una venganza divina lista para castigar a los pecaminosos), en el zombi se hallan esbozadas las peculiaridades de la humanidad durante la era del tardocapitalismo caracterizado por la sociedad de consumo, la desregulación de los mercados, la globalización, la degradación de lo comunitario auspiciado por los valores del nuevo sistema, entre otros rasgos definitorios.
¿Qué nos está recordando el muerto viviente en su reinado en el imaginario terrorífico presente? Como cualquier mito cultural con potencia de significación, el fenómeno resulta ambiguo e incluso contradictorio. Para que un mito opere con verdadera fuerza ha de apelar a tendencias opuestas y crear tensión dentro de cada receptor –de gran riqueza, el mito ha de ser ambiguo–. En esta operatividad de impulsos de polaridad opuesta que crean tensión, el zombi interpreta simultáneamente como mínimo dos papeles antagónicos: interviene como el Otro pero también como yo, chivo expiatorio de lo que no queremos aceptar de la condición humana en el capitalismo avanzado y al mismo tiempo encarnación del tipo humano que genera. (...)



En el zombi se critica al ciudadano contemporáneo, abúlico consumidor comprando al dictado de la publicidad, dispuesto a satisfacer su ansia de goce como sea, a sumergirse con gusto en la gratificación instantánea, en la promesa de deseo ilimitado ofrecido por el capitalismo; ahora bien, ¿no está cualquiera infectado por ese veneno? Por otro lado, los muertos vivientes más interesantes narrativamente son aquellos lentos, vacilantes, sin apenas fuerza ni inteligencia, no obstante, ¿cómo pueden hacerse ellos con el mundo? Su victoria constituye una impugnación a las teorías darwinianas: al final serán los más ineptos, humanos podridos, los que se harán con la Tierra. Y no precisamente por su mejor adaptación al medio. El muerto viviente es el consumista pero al mismo tiempo el consumista prototípico aspira a ganar el derecho a una personalidad diferenciada y chic comprando ciertos productos que, estima, le conferirán estatus de individualidad. Con ellos está persuadido de separarse del resto. Cuanto más individual cree ser, más fundamentalmente masa es.

 Día de rebajas en artículos exclusivos de primeras marcas


Mientras los dispositivos narrativos primarios de los filmes del subgénero buscan la identificación con los pocos humanos supervivientes del holocausto zombi, en realidad el espejo deformante de la pantalla retrata a casi todos como el Otro espantoso. Cuanto más lejos cree estar el público de la horda sin voluntad de no-muertos, más próximo se halla inconscientemente. En el descerebrado vacilante se ponen de manifiesto los pecados de la conformidad con las directrices del superior jerárquico a cambio de los brillantes objetos de consumo. Los gruñidos del zombi o su andar de severa embriaguez etílica constituyen un mudo reproche a la corriente principal de la humanidad presente: “Yo soy tú. Así somos en la sociedad de consumo”, podría decirnos el zombi si no se hubieran descompuesto sus cuerdas vocales. De esta manera, los zombis activan la identificación del espectador y pasan a ser el monstruo del momento por su fuerza para simbolizar el tópico exagerado del consumista en su grado extremo; representan un papel social intuido por sus espectadores: el de ellos mismos (nosotros mismos) como base del sistema político y económico; cualquiera actúa como un zombi que ha de devorar comida, espectáculos, diversiones, fetiches si quiere seguir viviendo, un imperativo en el sistema económico actual. Si no hay consumo, la rueda se para. Así, el peso moral sobre los ciudadanos sufre otra vuelta de tuerca. Finalmente, el consumidor es consumido por esa rueda insaciable, tal y como evidencian las alegorías político-sociales rodadas por George A. Romero, que, como veremos, juegan con el nivel metafórico del monstruo.

 Fotograma de La noche de los muertos vivientes


Aunque la analogía no fue tan clara al inicio de la nueva forma de entender el zombi nacida con La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968), ahora ya ha pasado a ser un cliché, hecho explícito en películas, ensayos o en la literatura fantástica del subgénero, como en David Moody: “Hasta los cadáveres que se tambaleaban por las calles tenían esa mañana cierto parecido circunstancial con las hordas de consumidores que, menos de una semana antes, habían recorrido las mismas calles en busca de una terapia consumista”. Muchas de las tramas que expondremos ponen sobre el tapete esa cuestión. De hecho, los primeros clásicos fílmicos de zombis presentaban ya analogías entre la sociedad de su momento y la ficción. Las condiciones laborales se presentaban de forma más o menos explicita en Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie, Jacques Tourneur, 1943) o en La legión de los muertos sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932), especialmente en esta última. En  White Zombie, el clásico de los años treinta de Halperlin, los dominados por el poder hipnótico y los brebajes de un hechicero de vudú (interpretado por Bela Lugosi) caían bajo su dominio mental, para convertirse en mano de obra ya no barata sino gratuita, seres humanos sin voluntad que trabajaban de noche refinando azúcar.

 Bega Lugosi como hechicero en White Zombie (1932)


El déspota de la plantación donde están esclavizados los zombis está orgulloso porque sus operarios le son fieles y no piden cobrar las horas extras: el muerto viviente como trabajador ideal para patronales desaforadas.
La figura putrefacta del muerto resurrecto que deambula en los filmes desde los años setenta no se aleja en cuanto a su representación de lo que se ve una madrugada de día laboral en un barrio de trabajadores.
En una producción británica, Zombies party (Shaun of the dead, Edward Wright, 2004), se aprovechan recursos cinematográficos para subrayar la comparación. Su director proyecta una mirada socarrona hacia la Inglaterra de principios del siglo XXI. En cuanto a su sentido del humor, Shaun of the dead opta más por la guasa que por el sarcasmo cínico; eso no obsta para que se compare con un zombi a todo aquel que forma parte del entramado social de la Inglaterra postatcheriana, desde los compradores y vendedores de un supermercado hasta los que pasan horas y más horas de su existencia en disputas escolásticas sobre el balompié o castigando a sus pulgares en sesiones interminables de juegos con sus videoconsolas. La película comienza con una sinfonía de ciudad en versión posmoderna en que cada imagen pasa a ser un tratado de los elementos que configuran la cotidianidad en una gran metrópolis europea: el supermercado de barrio, los autobuses, los trabajos en sucursales de las grandes empresas frecuentemente multinacionales con sus impersonales escenarios... (clica AQUÍ para ver el vídeo) Por ahí pululan unos personajes aún vivos pero que se comportan según la iconografía establecida por Romero de los muertos vivientes: el caminar lento e inseguro, la mirada vacía, la voluntad borrada. Nosotros, los zombis.

Fotograma de Shaun of the dead, Edward Wright, 2004


Lecturas:

Roger Ferrer VentosaNosotros los zombis (El monstruo en la era del capitalismo avanzado). Revista Sans Soleil,  volumen 7. Los interesados pueden leer el artículo completo AQUÍ



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viernes, 27 de noviembre de 2015

Nostalgia del Absoluto y modas culturales


Diseño inspirado en las cartas astrales


Uno de los aspectos fascinantes de la "moda cultural" es que no importa si los hechos en cuestión y su interpretación son verdaderos o no. Ningún tipo o cantidad de crítica puede destruir una moda. Hay algo de "religioso" en su impermeabilidad a la crítica, aun cuando sea una manera sectaria y estrecha. Pero incluso más allá de ese aspecto general, algunas modas culturales son muy importantes para el historiador de las religiones. Su popularidad, especialmente entre la intelligenstia, revela algo de las insatisfacciones, pulsiones y nostalgias del hombre occidental.

Mircea Eliade, Las modas culturales y la historia de las religiones



En Nostalgia del absoluto (Siruela 2001), se reunen una serie de cinco conferencias emitidas por la radio canadiense en 1974 donde George Steiner (París 1929), hace un repaso de las nuevas tendencias culturales con gran impacto social en Occidente surgidas tras la gradual pérdida de influencia de la religión teologicamente sistematizada de la Iglesia. Según nuestro autor, ese vacío moral y emocional dejado daría paso a "mitologías sustitutivas", en concreto las aportadas por la filosofía política de Marx, el psicoanálisis de Freud y la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss, intentando erigirse en “teo-logías sustitutivas”, en visiones con pretensión de totalidad, aptas para satisfacer el hambre de mitos y de certezas consustancial a la condición humana. La última de sus conferencias, de la que a continuación dejo unos fragmentos, la dedicó al relativismo y la multiculturalidad cuyas consecuencias produjeron fenómenos sociales como el interés por los cultos orientales y la popularización de la astrología, el ocultismo, la ufología, la new age, todo ello dentro del creciente infantilismo de una sociedad materialmente opulenta. La contundente e irónica crítica desde una perspectiva con claros sesgos racionalistas encuentro que puede ser matizable y cuestionada, pero en gran parte resulta lúcida y con mucho sentido.




Los hombrecillos verdes
(fragmentos)
por
George Steiner


(...) Los cultos de la insensatez, las histerias organizadas, el oscurantismo, que se ha convertido en un rasgo tan importante de la sensibilidad y la conducta occidental durante estas décadas pasadas, son cómicos y a menudo triviales hasta cierto punto; pero  representan una ausencia de madurez y una autodegradación que son, en esencia, trágicas.
Carta astral
Los fenómenos en los que pienso son tan amplios, tan diversos e interrelacionados que es casi imposible en el espacio que disponemos ofrecer algo más que unas pocas indicaciones taquigráficas. Pero el hecho general es claro: en términos de dinero y de gasto, del número de hombres y mujeres implicados en mayor o menor grado, en términos de la literatura generada y de las ramificaciones institucionales, nuestro clima piscológico y social es el más infectado por la superstición y el irracionalismo de todo tipo desde el declinar de la Edad Media y, quizás, desde la crisis del mundo helenístico. (...)
La estadística, ciertamente provisional, nos dice que la astrología es ahora un negocio que mueve algo así como veinticinco millones de dólares al año en las sociedades industriales occidentales. (...) La literatura astrológica inunda puestos de libros; sólo en unos pocos periódicos de calidad no aparece actualmente una columna astrológica diaria o semanal. Las revistas, de las más infames a las más elegantes, publican sus horóscopos semanal o mensualmente. Haciendo un cálculo aproximado, el número de astrólogos en los Estados Unidos es el triple del número total de hombres y mujeres inscritos en el colegio profesional de física y química. (...)
Revista Más Allá
Subamos ahora por la escala de la necedad y lleguemos hasta lo astral o lo galáctico. Objetos voladores no identificados han sido observados en grupos iluminados girando, cerniéndose sobre el planeta Tierra. Sobrios pilotos han consignado avistamientos desde sus aviones en las profundidades del cielo. Platillos aerodinámicos han dado amable caza a automóviles que se apresuraban al hogar por las carreteras de Arizona o Nueva Gales del Sur. Pero esto son naderías. Los ovnis han aterrizado, han dejado marcas de quemaduras con forma de huevo y la hierva aplastada. En cierto número de casos, seres extraños pero benignos han salido y se han llevado a los terrícolas en breve custodia. Han expresado sentimientos consoladores o de advertencia sobre el futuro del hombre, su destino político, su salvación ecológica. Han colaborado con ciertos individuos humanos dotados, concediéndoles poderes de clarividencia y acción psicocinéttica (así al menos lo asegura el biógrafo de Uri Geller). (...)
El término "astral" se relaciona con una segunda clase de farsa. Lo oculto es ahora una vasta industria con subdivisiones múltiples. Fenómenos psíquicos, psicocinéticos, telepáticos, son estudiados con la mayor severidad. Clarividentes de todo tipo, que van desde la señora de las hojas de té del parque de atracciones a grafólogos, quiromantes, geomantes y echadores de cartas del Tarot. (...)
Se ha erigido todo un edificio de pseudociencia sobre los cimientos de ciertas anomalías indudablemente interesantes de la percepción humana y de las leyes de la estadística, que no son, por supuesto, leyes en ningún sentido irrevocable y trascendentalmente determinsta. A coincidencias, muchas de ellas totalmente inverificables, se les asigna un peso misterioso. Repeticiones, o grupos aparentemente anómalos en lo que debería ser solamente una serie de sucesos fortuitos -la carta acertada que se vuelve hacia arriba, una adivinación mejor que el promedio de los símbolos ocultados, etc.-, todo esto se cita como evidencia de una visión animista u oculta del universo. Sin saberlo él mismo, pero de forma plenamente familiar a los adeptos de la Rosacruz, el Golden Lotus, o los Atlantes Ocultos, el hombre moderno está enredado en una red de fuerzas psíquicas. Hay inversiones o sincronismos del tiempo en los que pasado, presente y futuro se superponen. Las presencias astrales serán manifiestas; el dado mostrará  siempre el seis; el número de la licencia de tu perro es tres veces el cubo partido por dos del número de teléfono del ser amado. Los constructores de las pirámides sabían, Nostradamus sabía, Madame Blavatsky sabía el secreto a Willie Yeats. Mande a recoger gratis el folleto informativo. (...)
La basura satánica se expande ahora en libros, revistas, películas, sesiones de espiritismo, o en la pornografía homicida que sigue a acontecimientos tales como los asesinatos de Manson. La afirmación de que los agentes malignos están ahí fuera y deben ser calmados es una explotación deliberada de los miedos y las miserias humanas. Recuerden que en la magia hay siempre un chantaje.

 Escultura en el "Templo Satánico" de Detroit


La tercera de las esferas de la insensatez es lo que podría ser denominado "orientalismo". El tema no es nuevo en absoluto. El recurso a la sabiduría de Oriente es habitual en el sentimiento occidental desde el tiempo de los cultos mistéricos griegos hasta la francmasonería. Registra un dramático movimiento ascendente durante la última década del siglo XIX. Inspira la obra de Hermann Hesse, de C. G. Jung y, al menos en cierta medida, de T. S. Eliot. Desde la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en una verdadera plaga.
Los chicos de las flores dirigieron sus pasos a Katmandú. Los pelados devotos de Hare Krishna dan saltitos por Broadway y Piccadilly, con sus túnicas azafrán, haciendo sonar sus panderetas. El ama de casa y el empresario contemplan su físico delicuescente en el triste estiramiento de la clase de yoga. Las barritas de incienso se consumen bajo el poster del mandala, junto al signo tibetano de la paz y la estera de oración en el estudio de Santa Mónica o Hammersmith. En la universidad de Bacon y Newton, de Darwin y Bertran Russell, miles de estudiantes se amontonan a los pies, calzados con sandalias, del Maharishi. Meditamos; meditamos trascendentalmente; buscamos el nirvana en trances suburbanos. Bolas de mantequilla adolescente descienden a nosotros vía Air India, proclaman que son el Camino y la Luz, ofrecen clichés inefables sobre los poderes sanadores del Amor y esparcen pétalos de flores con sus dedos rollizos.

 Celebración extática de los Hare Krishna


Llenamos el estadio para escuchar su revelación. Resulta que son astutos charlatanes y especuladores. La Luz y el Tao brillan sin atenuarse. "¿Cuál es el sonido de una mano que aplaude?", pregunta el maestro zen. "La estrella es el loto; om mani padame...", mascullan unos lamas de pacotilla. Tanka y guru, haiku y dharma; una iridiscente insensatez se ha infiltrado en nuestro discurso.
No son tanto estas apariencias externas lo que cuenta; pueden pasar, como pasó la pasión por el "estilo chino" en las tiendas de muebles del siglo XVIII. Se trata de una idealización implícita de valores excéntricos o contrarios a la tradición occidental. Pasividad contra voluntad; una teosofía de la estasis o del eterno retorno frente a una teodicea del progreso histórico; la monotonía focalizada, incluso el vacío, de la meditación y el trance meditativo como opuestos a la reflexión lógica y analítica; ascetismo contra prodigalidad de la persona y la expresión; contemplación frente a acción; un erotismo polimórfico, al tiempo sensual y abnegado, como contrario a la codiciosa, y sin embargo también sacrificial, sexualidad de la herencia judeohelénica; estos son los términos de la dialéctica.
El estudiante que pasa las cuentas de un rosario o contempla un koan mientra vaga en una neblina melancólica, el ejecutivo apresurado que corre a su clase de meditación o a la conferencia sobre el karma, están tratando de ingerir elementos pre-envasados, más o menos de moda, de culturas, rituales, disciplinas filosóficas que son, en realidad, tremendamente remotas, distintas y de difícil acceso. Pero están también, y esto es más importante, articulando una crítica consciente o instintiva de sus propios valores, de su identidad histórica. El largo y difícil viaje a Benarés o Darjeenling es un intento de escapar de las sombras de nuestra propia condición.
Estas corrientes de irracionalismo -astrológico, oculto, oriental- son, evidentemente, síntomas. ¿Cuáles son las causas subyacentes? Al implicar fenómenos tan amplios y confusos, las generalizaciones están condenadas a ser forzosamente inadecuadas. Pero ya que nos situamos ante las fuentes mismas de lo que constituye el ambiente de nuestro mundo contemporáneo, y de nuestro tema en estas conferencias, vale la pena hacer algunas conjeturas.
Es una obviedad decir que la cultura occidental está sufriendo una dramática crisis de confianza. Las dos guerras mundiales, la vuelta a la barbarie política de la que el holocausto fue sólo el ejemplo más bestial, la inflación continua -factor que corroe la estructura de la sociedad y la persona de una forma radical y no plenamente comprendida todavía-, todo esto está creando un ataque de nervios generalizado. Ya minada por el racionalismo y el punto de vista científico tecnológico, la religión organizada, y el crsitianismo en particular, se demostró impotente, y realmente corrupta, frente a la masacre de la Primera Guerra Mundial, y frente a los terrores totlitarios y genocidas después. Es algo que no se dice con frecuencia  de forma suficientemente clara. Quienes se dieron cuenta de que la misma Iglesia bendecía al asesino y a la víctima, de que las iglesias se negaban a hablar con claridad y desplegaban, bajo el peor terror que jamás azotó al hombre civilizado, una política de culpable silencio, quienes conocen estas cosas, no se sorprenden de la bancarrota de cualquier postura teológica de ese momento. (...)
Afectados por la catástrofe, viviendo bajo la amenaza palpable de la autodestrucción a causa de las armas atómicas y los al parecer problemas de superpoblación, el hambre y el odio político, hombres y mujeres comenzaron a mirar, literalmente, fuera de la Tierra. El platillo volante -cuya aparición en el panorama mental había predicho precisamente Jung- representa una infantil pero perfecta comprensible satisfacción de los deseos. Incapaz de arreglárselas por sí mismo, el hombre confía desesperadamente en una supervisión benevolente y preclara y, en última instancia, en la ayuda llegada del exterior. Las criaturas del espacio no permitirán que la especie humana se destruya. Dado que está infinitamente más evolucionados que nosotros, los extraterrestes traerán respuestas a nuestros desesperados dilemas. La humanidad puede haber sufrido rupturas apocalípticas antes de ésta. Por alguna razón, se nos dice, las especies sobrevivirán y la espiral de progreso comenzará de nuevo. Nuestros guardianes del espacio jugaron un papel en esos cataclismos anteriores; testimonio son las huellas de sus visitas; testimonio, el homenaje del hombre a esos auxiliares sobrenaturales tal como registran las religiones, la mitologías y el arte primitivo (aquí Steiner se refiere de forma irónica a las teorías sobre la supuesta presencia de extraterrestes en épocas anteriores que más atrás recopilaba. N. de Fragmentalia). Así, justo antes de que nuestros lunáticos políticos aprieten el botón termonuclear. algún personaje galáctico saldrá de su ovni y nos mirará con severa, pero en definitiva terpéutica melancolía.

El alienígena humanoide Klaatu acompañado del robot Gort dirige un mensaje para salvar la tierra. Fotograma de Ultimatum a la tierra (1953)

El sentimiento occidental de fracaso, de potencial caos político, ha provocado también una reacción contra el centralismo étnico y cultural que marca el pensamiento europeo y anglosajón desde la antigua Atenas hasta el período  de 1920-1930. La suposición de que la civilización occidental es superior a todas las demás, de que la filosofía, la ciencia y las instituciones están manifiestamente destinadas a dominar y transformar el globo, no es ya evidente por sí misma. Muchos occidentales, especialmente jóvenes, la encuentran aberrante. Horrorizados por la locura de las guerras imperialistas, ultrajados por la devastación ecológica que lleva consigo la tecnología occidental, el hijo de las flores y el freak-out, el militante de la New Left y el vagabundo del dharma han vuelto su mirada a otras culturas.
El gurú hindú Sai Baba
Son las tradiciones de Asia, de la América india, del África negra, las que atraen. Es en ellas donde encuentran aquellas cualidades de dignidad, solidaridad comunal, invención mitológica, armonización con los órdenes vegetal y animal, que el hombre occidental ha perdido o erradicado brutalmente. En esta búsqueda de la inocencia existe a menudo un legítimo impulso de reparación. Donde el padre colonialista masacró y explotó, el hijo hippy trata de conservar y hacer el bien.
Con todo lo poderosos que sean estos grandes  reflejos de miedo y compensación de la dañada sensibilidad de Occidente, me parecen no obstante un fenómeno secundario. La vuelta a lo irracional es, antes de nada, un intento de llenar el vacío creado por la decadencia de la religión. Por debajo de la gran oleada de insensatez está en acción esa nostalgia del Absoluto, ese hambre de lo transcendente, que observamos en las mitologías, en las metáforas totalizadoras de la utopía marxista, de la liberación del hombre, en el esquema de Freud del sueño completo de Eros y Tánatos, en la punitiva y apocalíptica ciencia del hombre de Lévi Strauss. La ausencia de una teología dominante de un misterio sistemático tal como estuvo encarnado en la Iglesia, es igualmente gráfica en las fantasías del seguidor de los ovnis, en los pánicos y esperanzas del ocultista, en el adepto aficionado al zen. Que la búsqueda de realidades alternativas mediante el uso de drogas psicodélicas, mediante un abandono de la sociedad de consumo, mediante las manipulaciones del trance y el éxtasis, están directamente relacionadas con el hambre de absoluto es algo obvio, aunque la dinámica particular de la relación, especialmente en el caso de los narcóticos, es más compleja de lo que se supuso al principio. Y yo preguntaría de pasada: ¿Tiene un correlato genético? ¿Refleja el destino real de la élite educada, especialmente en Francia e Inglaterra, en la Primera Guerra Mundial? El sueño de la razón llena este vacío con pesadillas e ilusiones.
Por eso, yo creo, las teologías posreligiosas o sustitutas y todas las variedades de lo irracional han demostrado no ser otra cosa que ilusiones. La promesa marxista ha fracasado cruelmente. El programa de liberación freudiana se ha cumplido sólo muy parcialmente. El pronóstico de Lévi-Strauss es de irónico castigo. El zodíaco, las apariciones y las simplezas del gurú no saciarán nuestra hambre. (...)


Lecturas:

George Steiner, Nostalgia del absoluto. Siruela 2001

Mircea Eliade, Ocultismo, brujería y modas culturales. Paidós 1997


martes, 17 de noviembre de 2015

La Esfinge renacentista


 
Esfinge que viene acompañada con el lema Inestricabilis error, (irresoluble enigma) en la obra de Claude Paradin Devises heroïques (1557)



Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día
y con tres pies errando por en vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge a su inconstante hermano,

el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación y su destino.

Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.
(...)
Jorge Luis Borges, Edipo y el Enigma




La Esfinge renacentista:
de la ignorancia, los arcanos y los simios
(fragmento)
por
Pilar Pedraza



Esfinge en un capitel románico
Tras un largo período medieval de latencia, durante el que se vio desterrada al bosque monstruoso de los capiteles, la Esfinge reapareció con el surgimiento del Humanismo y volvió a ocupar un lugar privilegiado en las artes figurativas del Renacimiento, recuperando su belleza clásica. No obstante, el paso por las regiones oscuras del simbolismo medieval la había cargado con un lastre que la condenó a convertirse en recipiente de alegorías, cada vez más complicadas, de signo negativo: por una parte, de vicios como la lujuria, la vanidad o la soberbia; por otra, del error que suponía el paganismo y, desde un punto de vista más general, de la ignorancia culpable.
Pero junto a las Esfinges perversas, a las que hay que vencer mediante la práctica de las virtudes y del autoconocimiento, brilla en el Renacimiento un espécimen de dignidad casi celeste, que corresponde a la preocupación de los neoplatónicos, por la recuperación de la sabiduría esotérica, transmitida fragmentariamente desde Adán a los griegos y romanos a través de los sacerdotes egipcios y las escrituras sagradas (jeroglíficos).
Por otra parte, y como símbolo intermedio entre la ignorancia viciosa y la suprema sabiduría, aparece la Esfinge emblemática de la Doxa, es decir, de la Opinión, del conocimiento que no proviene de las operaciones de la Razón, sino de las tradiciones, suposiciones y herrores que circulan entre los hombres, y que son causa de sus desdichas, al interponerse entre ellos y el mundo como un cristal deformante. Este doble carácter, positivo y negativo, de la Esfinge renacentista desde el siglo XV, multiplica el atractivo de la Bella y la riqueza de sus significados.
Uno de los ejemplares más ilustres se halla en el emblema CLXXXVII de Andrea Alciato. Es de carácter negativo, pese a hallarse en un libro -Emblematum liber, Augsburgo, 1530- que pertenece a la tradición humanista de la escritura en imágenes a la manera egipcia; pero tiene la ventaja de unir en una sola imagen las dos familias de males que antes señalábamos: los vicios morales y la ignorancia.

Andrea Alciato, Emblematum Liber, edición de Lyon, 1549
emblema CLXXXVIII, "La Ignorancia"

El grabado muestra un monstruo cuya identidad cuesta trabajo reconocer a primera vista, puesto que, a causa de su insólita postura erguida, es más parecido a un sátiro. Se trata de una mujer con cuerpo de león, áptera, que vaga con el cabello suelto y expresión desolada por una ruinas. El lema reza: SUBMOVENDAM IGNORATIAM ("Ha de desterrarse la ignorancia").
Para Alciato, cada uno de los tres seres reconocibles en la monstruosidad de la Esfinge simboliza un vicio diferente: el ave (alas), la levedad del ingenio, es decir, la trivialidad, la superficialidad; la doncella (rostro), la concupiscencia; el león (cuerpo y patas), la soberbia. En sí mismo y como conjunto de los tres vicios, el monstruo viene a ser algo más que su mera suma, resulta un producto: la Ignorancia. Y, ¿quien vence a la Ignorancia? El que sabe, como Edipo, qué es el Hombre; el que conoce el lema áureo de Delfos, el que se conce a sí mismo. ¿Quién se conoce a sí mismo? Quien no es cegado por la trivialidad, la vopluptuosidad, el orgullo desmedido.
Los comentaristas de Alciato mencionan repetidamente las "opiniones" cuando se refieren a la ignorancia viciosa, remitiendo implícitamente a la distinción clásica entre Doxa (Opinión) y Episteme (Conocimiento cierto, Saber). No faltan ejemplos en el Renacimiento de la Opinión simbolizada por la Esfige misma, relación que se justifica por el hecho de que la ambigüedad de los enigmas que plantea hace vacilar, y finalmente perecer, a quienes no saben cortas su maraña con la afilada hoja de la razón; a quienes se enviscan en la opacidad de lo opinable, de lo discutible, de lo que no mana de la fuente apolínea del conocimiento verdadero.
La Virtus Combusta (1490)
Es probablemente como emblemas de la Doxa como hay que interpretar las Esfinges que aparecen en un célebre dibujo de Mantegna de hacia 1490 (imagen izquierda). Se trata de una alegoría de la Ignorancia, representada bajo los rasgos de un ambiguo personaje viejo y gordo, desnudo, coronado, apoyado en un timón, sentado sobre una gran bola -símbolo de inestabilidad, pero también del universo- que sostiene con sus lomos unas deliciosas Esfinges de tres patas.

Detalle de La Virtus Combusta (1490), de Andrea Mantegna

Ignorancia crasa, dueña del Universo, descansando en un inestable trono que podría rodar al menor impulso, al menor golpe de sensatez, si no la apuntalaran los monstruos encantadores de la opinión infundada, insostenible pero segura de sí misma en su espesor brutal: he aquí lo que nos dice esa imagen parlante.

(...) Al tiempo que servía de emblema de los vicios que acarrean la ignorancia y de los ataques de la Fortuna, la Esfinge frecuentaba los jardines neoplatónicos y arqueaba el lomo, gozosa, bajo la caricia de las manos de Giovanni Pico della Mirandola, que veía en ella una guardiana de los saberes esotéricos de los sacerdotes egipcios. En este sentido y con igual prestigio, aparece en los Hieroglyphica de Piero Valeriano (1556), simbolizando los ARCANA TEGENDA, los misterios que deben ocultarse:

Piero Valeriano, Hieroglyphica, pag. 48 (fragmento), edición de 1556

 "Pero las Esfinges advierten de modo jeroglífico en los templos egipcios que los principios místicos y los preceptos e instituciones sagradas deben ser mantenidos inviolados de la muchedumbre profana, por medio de las dificultades de los enigmas..." (traducción de parte del fragmento). Esta idea, que venía de Platón, tuvo gran fortuna en el Renacimiento, atravesó los siglos barrocos de la mano del sabio jesuita Athanasius Kircher y fue recogida y engalanada con pompa simbolista por el Sâr Péladan, que, a fines del siglo pasado, sostuvo un diálogo sabrosísimo sobre tales misterios con la Esfinge de Gizeh.
La Esfinge en funciones de guardiana de los arcanos aparece plasmada en el bellísimo suelo séctil de la catedral de Siena, del último cuarto de siglo XV, en una de cuyas composiciones (imagen izquierda) puede verse a Hermes Trismegisto, anciano de largas barbas y turbante puntiagudo, apoyando la mano en una tarja, en la que se leen máximas esotéricas y que está sostenida por una pareja de Esfinges deliciosas, de tipo griego.

Imagen derecha: detalle del pavimento de la Catedral de Siena con un pasaje del texto hermético Asclepio, cuya versión traducida del latín dice:  «El señor y hacedor de todas las cosas, al que correctamente llamamos Dios, creó a partir de sí mismo un segundo dios visible y sensible [...]. Cuando hubo creado a este dios, el primero nacido de él y el segundo tras él, le pareció hermoso, puesto que estaba completamente lleno con la bondad de todas las cosas, y lo amó como hijo de su divinidad» (N. de Fragmentalia)

Parecido simbolismo tienen las Esfinges que, en las antiguas barajas de naipes, arrastran el carro del Arcano del mismo nombre, alegoría del itinerario vital del hombre.

Arcano del Carro, Tarot de Edward Wite, 1910

Pero si bien la moda neoegipcia, vinculada en la Italia del siglo XV al esoterismo neoplatónico y órfico, situó a la Esfinge en la alta categoría de los guardianes de los arcanos, poco a poco devino emblema de la mera agudeza de ingenio, al rebajarse su enigma desde el nivel de la sabiduría que debe ocultarse a los no iniciados, hasta la oscuridad -más terrena- del conceptismo. (...)
Una de las empresas de Paulo Giovio (Empresas militares y amorosas, Lyon, 1561) muestra un estado intermedio de esta evolución, aunque se vincula más estrechamente al alto simbolismo que al segundo sentido que hemos señalado. La inventó para un amigo que se hallaba en un momento dificil de su vida, y recibió una linda forma a manos de los grabadores y dibujantes lioneses de la imprenta de Guillermo Rouillet. Veamos cómo explica su significado el mismo Giovio:

"Ultimamente he hecho una empresa a pedimento de Camilo Iordan, Iuris consulto, sobre que dezia que estava ambiguo y suspenso en su coraçon, no sabiendo determinarse a escoger un cierto partido: y que para ello esperava el parecer y consulto de Oraculo: por lo cual le hize la Esfinge de los Egipcios, que suele interpretar los Enigmas y las cosas abstrusas con el tiempo, el qual es significado por una Serpiente que se traga la cola, con un blason que dize: INCERTA ANIMI DECRETA RESOLVET."

Paulo Giovio: Empresas militares y amorosas (Lyon, 1651)

El grabado muestra una Esfinge egipcia sobre un pesdestal sostenido por cuatro Harpías, que probablemente simbolizan las curae, las preocupaciones que traen consigo las incertidumbres; repárese en el hecho curioso de que sus cuellos están rotos, lo cual debe significar su exterminio futuro, cuando llegue el tiempo de las soluciones. El Uroboro o serpiente mordiéndose la cola que lleva como atributo, es uno de los jeroglíficos "egipcios" mas caros a los hombres del Renacimiento, y aparece en los Hieroglyphica de Horapolo, en los de Piero, en los escritos de Marsilio Ficino, en la Hypnerotomachia de Francesco Colonna, y en casi todos los libros de emblemas y empresas a partir de Alciato. Simboliza el carácter cíclico de la revolución anual y, por extensión los eternos ciclos del Tiempo. En el contexto de la empresa que comentamos, es una imagen parlante, junto con la Esfinge y las Harpías, y el conjunto ha de entenderse así: "los enigmas planteados por los problemas de la vida se resuelven con el tiempo".
(...)


Lecturas:

Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla. Tusquets editores 1991

sábado, 7 de noviembre de 2015

Harpías


Fotograma del cortometrajel Harpya (1979), de Raoul Servais


Jamás salieron de las aguas estigias, suscitados por la cólera de los dioses, monstruos más tristes ni peste más repugnante; tienen cuerpo de pájaro con cara de virgen, expelen un fetidísimo excremento, sus manos son agudas garras, y llevan siempre el rostro 
 descolorido de hambre...

Virgilo, Eneida


Las rapaces Harpías
por
Pilar Pedraza
 

Hesíodo conoce dos Harpías, llamadas Aelo ("la tempestuosa") y Ocípeta ("la del rápido vuelo"), hijas de la oceánica Electra y de Taumante, hembras voladoras, veloces y de hermosos cabellos, hermanas de la mensajera celeste Iris. Homero añade a esta corta lista una más, de nombre Podarga ("la de blancos pies"), que fue fecundada por el Céfiro en la llanura del Océano y parió a Janto y Balio, corceles de Aquiles. En la Eneida se lee el nombre de una cuarta, Celeno ("la sombría").
Virgilio las describe con palabras muy expresivas:

No hay monstruo más terrible que ellas, ni se levanta de las olas del Estige una peste y una cólera de los dioses más cruel. El rostro de estas aves es de doncella, las deyecciones de su vientre son repugnantes, sus manos corvas y su faz siempre lívida de hambre. (Eneida, III, 209)

Ariosto, siguiendo a Virgilio, se refiere también a su lividez, su aspecto macilento, sus garras curvas, su hedor; pero les añade un espanto más -que tuvo extraordinaria fortuna iconográfica, porque las diferencia de las Sirenas-: la cola de serpiente.
Tras haber sido arrojadas por lo Boréadas de Tracia y por los troyanos de las islas Estrófades, las Harpías habitan en los Infiernos, donde las encuentra Dante, en un bosque espinoso y sin senderos, anidando en árboles retorcidos y nudosos.

 Gustave Dore, ilustración para la Divina Comedia


Como doncellas voladoras, son emisarias del Hades -del mismo modo hermana iris lo es del Olimpo- y raptoras de almas, función que comparten con las Sirenas, con las que a veces se confunden cuando son figuradas -en tumbas y vasos griegos pintados- llevando entre las garras un hombrecillo desnudo que representa al muerto. 

  Tumba de las arpías de Xanthos (Licia, Turquía), c. 480-470 a.C.


En el canto I de la Odisea, Homero hace decir a Telémaco que su padre "desaparecido sin gloria, arrebatado por las Harpías". Y en el canto XX, Penélope ruega a los dioses que le den una muerte semejante a la de las hijas de Pandáreo, que fueron raptadas por las Harpías en plena juventud.
Pero no es el carácter infernal y funerario el que ha hecho la fortuna posterior de las Harpías, sino el episodio de Fineo, que explica la avidez, lividez y rapacidad de estas criaturas en la descripción de Virgilio. Fineo, viejo adivino ciego y rey de Tracia, es acosado -por el castgo divino- por las Harpías, que, cada vez que se asienta a la mesa, salen del mar y le arrebatan los alimentos o los ensucian con sus repugnantes deyecciones. Cuando los Argonautas pasan por sus dominios, el desgraciado  monarca -al que el azote de las ogresas ha convertido  en un guiñapo negruzco- le pide ayuda contra ellas, a cambio de informar sobre el camino de la Cólquide. Dos de los expedicionarios, los rápidos semidioses Zetes y Kalais, hijos de Bóreas, las persiguen y expulsan del reino.

Ilustración de vaso griego con la escena comentada

La escena está representada en varios vasos griegos, en los que se ve a Fineo recostado en su lecho de banquete, con los ojos cerrados para indicar su ceguera, y a los alados Boréadas volando en pos de las Harpías, de las que sólo se diferencian por su atuendo masculino. Iris, la mensajera de los dioses, impidió que los hijos del viento acabaran con las "perras del gran Zeus", como las llama Apolonio de Rodas; aunque hay quien dice que ni siquiera pudieron darles alcance, porque eran invencibles en el vuelo.
Los poetas y mitógrafos no están de acuerdo sobre la causa de los males que atormentaban a Fineo, la ceguera y el acoso al que le sometían las Harpías. Se dice que cambió el don de la vista por el disfrute de una larga vida, y que Helios le castigó por ello, y también que había incurrido en la ira de Zeus por haber revelado oráculos y misterios del futuro a los hombres, o bien por haber cegado a sus propios hijos, Plexipo y Pandión, habidos en su matrimonio con la Boréada Cleopatra, a instancias de su segunda mujer. Sea como fuere, lo importante es esta historia es la naturaleza del castigo, consistente en una continua frustración alimentaria, como en el caso de los otros dos grandes hambrientos de la mitología griega. Midas y Tántalo.

Fineo acosado por las Harpías, vaso ático

Pero la ilustración de Fineo no se debe, como la de éstos, a un prodigio impersonal y automático, sino al ataque de unos monstruos femeninos rapaces, voraces, pálidos de hambre no saciada -como la del propio rey-, que, precipitándose sobre las mesas del banquete, derriban las copas, pisotean manteles, arrebatan y mancillan los alimentos. Es éste precisamente el sentido que conserva la Harpía en la memoria colectiva occidental, el de avariciosa famélica, insaciable devoradora de cuanto cae bajo su mirada de águila.
El Renacimiento y el Barroco dieron a la Harpía un lugar en las complicadas simbologías de la Emblemática, haciendo de ella una imagen jeroglífica de la cura, es decir de la preocupación, de la inquietud, de la obsesión devoradora, especialmente en el contexto de la Avaricia. En algunas de las láminas del Teatro moral de la vida humana, de Otto Vaenius (1669, primera edic. 1607), vemos diminutas y vivaces Harpías salir de los sacos de oro de los avaros e invadir sus casas como una plaga de langostas.

Otto Vaenius, Teatro moral de la vida humana
Las inquietudes del rico

Hace pocos años, el director cinematográfico belga Raoul Servais nos ofreció una interesante variación sobre el mito de Fineo, en su cortometraje titulado Harpya (1979), en el que un hermoso monstruo andrógino de lunar palidez, cráneo calvo, rostro minuciosamente maquillado de blanco, grandes alas y pechos femeninos, es salvado in extremis de un agresor, que pretende acabar con él, por un Fineo moderno. Adopta éste amablemente a la Harpía rescatada, de quien al parecer se ha enamorado, y la instala en su casa. Pero no tarda en ser víctima de su voracidad insaciable, bajo la que caen todos los alimentos que quepa imaginar -incluso las frutas pintadas de los bodegones que cuelgan de las paredes- y, más tarde, el cuerpo mismo del huésped, cuyas piernas son roídas en un santiamén por la Bella.

Fotograma de Harpya (1979), de Raoul Servais

Finalmente, Fineo intenta matarla, pero un nuevo incauto -futura víctima- la salva, recomenzando el ciclo eterno de este tipo peculiar de parasitismo.

*   *   *

A partir de aquí en el texto de Pilar Pedraza se produce un giro, virando del ensayo histórico-iconográfico basado en fuentes literarias y artísticas, al estilo literario de gran creatividad imaginativa frecuentado en sus novelas y cuentos. Por cierto, si algo de las ficciones que a continuación se describen recordaran a personas del mundo real será pura coincidencia. 


Actualmente, las Harpías abundan muchísimo, tal vez incluso más que las Esfinges y el resto de las Atroces. Sabemos -porque contamos con finos instrumentos de análisis- que sus lágrimas son lejía, que vomitan ácido sufúrico y que, cuando escupen, hacen grandes agujeros en los sueños. Es su risa sonora, hueca y poco profunda, generada en la bóveda del paladar y no en el pecho, o bien fina y como de falsete -muy peligrosa esta última, más irritante la primera-. Uñas largas y pintadas de escarlata rematan sus dedos nudosos, cargados de anillos de oro verde y piedras falsas: manos que sugieren gran manejo de recibos estampados en papel barato, rosarios de cuentas sintéticas, preservativos y cuchillos. Las Harpías sufren de pies fríos y sus narices destilan perpetuamente un moquillo delgado, semejante por su química al aceite de ricino.
Sabemos también el por qué de su hambre sempiterna, que hace que sus tripas rujan como cañerías: se debe al hecho de que los ácidos de sus estómagos son tan corrosivos que disuelven los alimentos apenas los engullen. A ello se une la circunstancia del tremendo vacío que hay en el interior de su ser, que - a modo de gran bostezo- fagocita y aniquila sin descanso, y también sin ton ni son, cuanto pedazo del Universo se ofrece a sus ojillos pitarrosos..
Las  Harpías antiguas solían tener con los Vientos unos amoríos a resultas de los cuales echaban al mundo rapidísimos caballos, montura de los héroes. Las modernas llevan una existencia estéril: no tienen hijos, no plantan árboles, no escfriben libros -aunque sí gustan de roer los ajenos, y hasta de babearlos-. Esta absoluta aridez se debe a su naturaleza centrípeta: lo absorben todo, pero no son capaces de entregar nada al mundo. La sola idea de algo que salga de sus cuerpos le produce náuseas y mareos.

Achaques de arpía son los de la envidia, que todo lo inficiona, y, a fuer de basilisco, su mirar es matar.... (Gracián, El discreto, XIII)

Los ojos de las Harpías son negros y pequeños como cabezas de alfiler de luto, con los párpados inferiores algo fláccidos y desdibujados, y los superiores cruzados por una finísima red de venillas moradas. Parecen flotar a la deriva en la causticidad de sus lágrimas y crian legaña amarilla.
Todo el mundo sabe que a las Harpías les gusta refugiarse detrás de los visillos de encaje poco tupido, pero tal vez ignoran lo mucho que estornudan a causa del polvillo que suele acumularse en ellos. Cuéntase de una Harpía que vivió en Rávena en el siglo XVI, que, en uno de esos desahogos del aparato respiratorio, echó fuera su vacío, comenzó a engordar y a perder el color de difunta, sus jugos gástricos bajaron de acidez y se convirtió en una excelente esposa y madre de familia, amada y respetada por sus propios y ajenos.
Las Harpías son la viva estampa del estreñimiento, y sus deyecciones, escasas, hieden espantosamente.
Carecen de zonas erógenas y de sentido del humor.


Lecturas:

Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla. Tusquets editores 1991