Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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sábado, 26 de septiembre de 2015

La mirada de Dios




Lorenzo Lotto, Magnum Chaos
El Creador representado como un solo ojo central del que emanan miembros humanos envueltos en una esfera llameante. Del ciclo de taraceas en madera del coro de la basílica de S. María Maggiore de Bérgamo (1524-1532)



"En verdad, nuestra mirar sigue las pasiones del órgano y del alma. De ahí que alguien ora vea con amor y alegría y más tarde con dolor y con cólera, ora vea como niño, después como adulto y a continuación de un modo grave y senil. Con todo, el mirar desvinculado (absoluto) de cualquier contracción abarca simultáneamente y de una sola vez todos y cada uno de los modos de ver como si fuese la medida más adecuada y el modelo más verdadero de todas las miradas".

Nicolas de Cusa, De visione Dei (1453)


"Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, (...)"

Jorge Luis Borges, El Aleph



Leon Battista Alberti, uno de los mayores representantes del humanismo renacentista, escogió como divisa personal para su medalla conmemorativa, la imagen emblemática de un ojo flamígero con alas de águila con la inscripción latina Quid Tum, traducida como ¿Y ahora qué? Imagen y mote han sido interpretados como expresión del vértigo padecido por el artista e intelectual que, alcanzando una clarividencia "casi divina", pondrá en marcha la nueva visión del arte y la ciencia que dará paso a una nueva época, la de la Edad Moderna. Esa apertura y libertad planteará interrogantes al hombre de genio cuya mirada, en esa atrevida emulación a la del Creador, le hará sentirse dueño de su destino, pero también el peso de la incertidumbre ante lo desconocido por venir.
Dentro del estudio comparativo, "Florencia y Bagdad, una historia de la mirada entre Oriente y Occidente, su autor Hans Belting, dedica unas páginas a analizar esta imagen poderosa y enigmática junto a otras relacionadas iconográficamente.
Ese ¿Y ahora qué?, parece también una expresión apropiada ante la realidad actual de nuestra era tecnológica y de la información, que abre innumerables posibilidades pero muestra también un futuro confuso e incierto.


 El hurto de un emblema: el ojo como mirada
(fragmentos)
por
Hans Belting


Un ojo aislado no significaba en el Renacimiento el órgano visual, sino que era un emblema que "desprende" la mirada del cuerpo que mira. Representa a alguien que mira por medio del ojo que indica la actividad de su mirada. ¿Pero quién mira o puede mirar así? La mirada soberana era privilegio de Dios como Ser incorpóreo que todo lo ve. El hombre sólo podía ser visto o sentirse visto por Dios. El que León Battista Alberti hiciera del emblema de Dios su propia divisa era un abuso que anunciaba el giro a una visión antropocéntrica del mundo. (...) No es casual que Alberti, el primer teórico de la perspectiva, usurpase el emblema del ojo. La perspectiva era, a su entender, tanto técnica como símbolo de la propia mirada. El espectador podía (y quería) sentirse soberano ante la imagen como, según su concepción, Dios ante el mundo. La diferencia es significativa. Se representaba el ojo de Dios independiente de, y sin relación intrínseca con, las imágenes que aparece, por así decirlo, por encima y fuera del mundo. El ojo de Alberti, en cambio, proyecta su propia mirada en la imagen, en la cual esa mirada se siente dentro del mundo.

Medalla conmemorativa de Leon Battista Alberti,
obra de Matteo de' Pasti. Reverso: QVID TVM

El emblema de Alberti porta en el párpado superior las alas de un águila, como si el ojo desease liberarse de los cuerpos con su vuelo, y aparece rodeado de llamas que expresan su potencial visual.
A diferencia del ojo omnipresente de Dios, el ojo humano tiene una visión limitada. Por eso  debe mirar a todos los sitios donde quiera ver algo. Es más rápido que el cuerpo al que pertenece y de cuya gravedad se libera. Las alas aluden a su movilidad, que el hombre necesita para explorar de forma sucesiva el espacio y el tiempo. En su vuelo no puede haber un punto de vista fijo como el que la perspectiva plana prescribe, pues sus vistas cambian sin cesar. (...)
El ojo alado es, en Alberti, el símbolo de un sujeto que quiere ser soberano en la mirada. Según la nueva máxima, el hombre adquiere conocimiento mediante la visión y la observación. En la medalla con el retrato de Alberti aparece el emblema ocular junto al nombre del artista, como si ambos fuesen inseparables (recuadro en rojo en la imagen de abajo).

 Leon Battista Alberti, autoretrato, 1436,
medalla de bronce.

El emblema reproduce exactamente el de la medalla que Matteo de' Pasti le hizo a Alberti. Del ojo al que aquí nos referimos se habla ya en el texto de los "Anulli" ("Anillos") que en 1431 Alberti incluyó en la colección de los llamados Brindis. También hay en él un emblema que es necesario interpretar. Uno de los oradores describe una corona cuyo centro lo constituye "un ojo con dos alas de águila". La explicación dice que "nada es más poderoso (potentitus) ni más veloz (velocitus) ni más digno (dignus) que el ojo, único órgano del cuerpo que asoma (praecipuus) al exterior. Es un soberano y casi un dios (quasi deus)". Como buen cristiano, Alberti debía limitar esta divinización. "Los antiguos representaban a Dios, al que todo lo ve y todo lo examina, con el símil (simile) del ojo. Esto nos mueve a celebrar la presencia de Dios. Él ve todas nuestras acciones y conoce todos nuestros pensamientos". Pero luego vuelve cautelosamente sobre el ojo humano. El emblema es una advertencia para "ser cuidadosos (pevigiles) y circunspectos (circunpectos)". Pues "cuando estudiamos todas las cosas, aspiramos a las cosas divinas".
A pesar de toda cautela, Alberti tocaba aquí un tabú. El ojo aislado contradice, en el número y en la separación del cuerpo, la naturaleza corporal de nuestros dos ojos. Había sido la divisa de Dios, cuya mirada se posa en el mundo.

 Quo modo Deum, ojo divino en una edición francesa
de Hieroglyphica, 1551


El ojo sin cuerpo había representado su mirada omnipresente, su mirada "absoluta", como entonces la calificó el Cusano (De visione Dei). En una estampa del siglo XVI, un texto que la acompaña nos invita a representarnos a Dios "de esta manera". Esta representación es aún más radical en una pintura de Jan Provost recientemente adquirida por el Louvre. Se trata de una alegoría culta que resume la concepción teológica del mundo vigente en la época.

 Jan Provost, Alegoría con el ojo de Dios, 1520 


En ella vemos suspendido sobre la Tierra el ojo inmóvil del Dios incorpóreo, cuya mano, también una sola, sostiene el globo. Jesús y María manifiestan el hacerse hombre de Dios. Junto al borde inferior, un ojo acompañado de un gesto de oración, mira devotamente hacia arriba. Es como un reflejo del ojo divino, pues ha sido creado, como dice la Biblia, "a imagen" de Dios. Pero dirige su mirada adoratriz al ojo de Dios, que contempla la imagen del mundo entero sin reaccionar a ella.
El Barroco añadió al ojo aislado un triángulo como símbolo geométrico de la Trinidad. Con la Revolución francesa, esta nueva composición con el símbolo del ojo devino emblema del nuevo orden social.

Una edición de la constitución francesa de época de la Revolución decorada en su portada con "el ojo que todo lo ve".


Con el ojo único Alberti proponía una atrevida mímesis de Dios. Su ojo es al mismo tiempo "voyeur y voyageur", como con bello juego de palabras lo caracteriza Gerhard Wolf. Como es humano, debe viajar para superar su limitación visual. Más tarde emprenderá sus viajes provisto del telescopio y el microscopio, su nuevo equipaje. Pero el emblema de Alberti tiene una divisa misteriosamente ambivalente: "Quid tum?" (¿Y ahora que?)
Manuscrito con dibujo de L. B. Alberti, 1438
Es cierto que  que el ojo actúa como agente del sujeto en el mundo, pero su nueva libertad le plantea interrogantes para las que aún no tiene respuestas. Su afán de ver, su impulso escópico, lo llena de incertidumbre. En los Brindis (obra literaria de Alberti) están ya presentes esas interrogantes: "¿Y ahora qué?" o "¿Qué va a ocurrir?". Filópono (personaje de esa obra), el "amigo del esfuerzo", que es lo que su nombre significa, se muestra escéptico cuando piensa en el futuro de las artes y las ciencias. Esta inseguridad le hace agitar las alas de su ojo despierto para volar sin temor sobre las "aguas turbulentas" en las que, si no las ultilizara, acabaría ahogado. 


Lecturas:

Hans Belting, Florencia y Bagdad, una historia de la mirada entre Oriente y Occidente. Akal 2012


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jueves, 17 de septiembre de 2015

Imagen y muerte en la era digital


Holograma de Michael Jackson "resucitado" cinco años después
de su muerte para una actuación en los Premios Bilboard.


Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

Césare Pavese, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos



Este artículo propone reflexionar sobre la relación entre la imagen y la muerte; su existencia y supervivencia en los medios digitales y las redes sociales. Si bien la era digital nos interroga ante una noción de cuerpo que parece tornarse difícil de definir, las imágenes o los cuerpos en imágenes que se utilizaban en la Antigüedad para que el difunto –cuyo cuerpo se había perdido– pudiera continuar participando del mundo social mediante un cuerpo portador sustituto, no son tan diferentes en cuanto gesto a la imagen hiperreal o virtual de las redes sociales. La crisis del cuerpo, la crisis de lo humano que la era digital pone en juego, nos llevan una y otra vez al problema de la relación cuerpo-imagen. El ser humano, como hace siglos, continua buscando encarnar en los lugares en los que su cuerpo no puede estar, in effigie, en un avatar, un muro de Facebook o un selfie… Alcanzar una inmortalidad medial. 
(Del resumen que encabeza el primer artículo en Antropología e imagen, Actas 2014)


 Inmortalidad medial: 
Imagen y  muerte en la era digital
(fragmentos)
por
Marina Gutiérrez De Angelis


(...) Si rastreamos las primeras imágenes producidas por los seres humanos, sin duda, tendremos que admitir una conexión íntima entre éstas y la angustia ante la muerte. Como sugiere Regis Debray, la relación de la imagen con la muerte quizá sea el resultado de la necesidad de rechazar la nada y domesticar un terror. Por esa razón, sostiene que nuestra mirada se define como mágica, antes que artística (Debray, 1994). Una mirada que anima las imágenes. (...)

Las imágenes se convirtieron en cuerpos simbólicos, inmortales. El cuerpo natural, que se corrompe, se transforma a su vez, en imagen del cuerpo vivo. El cadáver deviene su propia imagen (Blanchot, 1992). La vida se transforma, al morir, en su propia imagen. Como señala Belting, la imagen que ocupaba el lugar de la persona viva, no era únicamente una compensación, sino que, con el acto de suplantación, adquiría un ser capaz de representar en nombre de un cuerpo, sin que esto fuera refutado por la apariencia del cuerpo que dejó de ser. (Belting, 2007:181).

 Difunto acompañado por  Anubis, ejemplo de 
lienzo funerario que representa a un fiel de Osiris
en el momento de presentarse ante el dios en el  más allá.
Al Fayum, Egipto, hacia el 175-200


Pero las imágenes no se plasmaron solamente sobre el cuerpo del muerto. Momias, estelas, urnas, muñecos, fueron formas independientes que irrumpieron para tomar el lugar del cuerpo. El cuerpo se convierte en un cuerpo en imagen, estableciendo una relación en la que originariamente, dentro de la práctica ritual, se escenificaba, movía, e interactuaba con los miembros de la comunidad. Cuando esas imágenes fueron desligándose de su función y animación dentro de estos momentos especiales, la imagen de culto se hizo muda. En la actualidad, las imágenes audiovisuales parecen recuperar esa vieja capacidad de revivir. En los muros de Facebook, los difuntos recuperan la voz, la mirada, los gestos, los momentos, en su animación en los videos posteados. (...)

La cuestión del tiempo en relación con la producción de la imagen no se reduce sólo al caso de los retratos. La fotografía hizo posible el registro no solamente de los cuerpos sin vida sino también de los espíritus. Así como las imágenes egipcias, griegas o medievales, planteaban la existencia de un cuerpo y un alma –visible en la imagen que se desprendía de éste, la fotografía a finales del siglo XIX se obsesionó por la captación no sólo de la semejanza con respecto al cuerpo del difunto sino a la posibilidad de recuperar y hacer visible su alma. 

Fotografía de William Mumler
La fotografía de “fantasmas” se hizo popular a partir de la proliferación de sociedades espiritistas y prácticas relacionadas con el contacto con el más allá. Desde el magnetismo, los primeros registros sonoros y fotográficos, la posibilidad por hacer visible el más allá de la muerte, hizo de las imágenes el medio privilegiado para la conexión. 

La práctica de fotografiar muertos es simultánea a la aparición de la cámara fotográfica. Pero el gesto que la imagen recupera podemos rastrearlo desde la antigüedad. Lo interesante de las fotografías de fantasmas es que, producto de la propia técnica fotográfica, se popularizaron como un género en Estados Unidos y Europa. Fue el fotógrafo norteamericano William Mumler el que se convirtió en el especialista de las fotografías para espiritistas. Lo peculiar de este fenómeno, además del rentable negocio que significó para Mumler, fue que se presentara como el poder que se le atribuyó a la imagen a través de la figura del fotógrafo-medium. 




La fotografía se convertía en un verdadero medio de comunicación con el alma que ya no habitaba un cuerpo. Aunque juzgado por fraude, su técnica llegó a Inglaterra en 1872 de la mano de la medium Agnes Nichol que estableció para sus sesiones los servicios de un fotógrafo que, a través de la imagen, atraía a los espíritus a un medio donde evidentemente podían hacerse presentes.
Por su parte, los retratos fotográficos póstumos se difundieron más allá del costo elevado que podían alcanzar. Si bien lo que se hace constante es la fotografía del cadáver del difunto, en algunas ocasiones se buscaba dotarlo de cierta vida. Ya fuera la ilusión del fallecido dormido o su ubicación en una situación como si estuviera vivo. Para Belting, este tipo de fotografías encontraba en la muerte el único motivo para fijar a una persona en una imagen. Pero la imagen hacía al muerto doblemente muerto, razón por la que los fotógrafos se especializaron en procedimientos para “escenificar” al muerto con el fin de que adoptara poses como alguien vivo (Belting, 2007:230). (...)

 Fotografía post-mortem de época victoriana


Para Belting, la fotografía, nacida en relación con la analogía corporal, se enfrenta a un presente en el que es construida digitalmente. La construcción de los cuerpo en forma digital, trastoca la antigua relación de semejanza y contacto por exposición, de un cuerpo original e irrepetible. La fotografía, sin duda, estaba atada a los cuerpos. La pos-fotografía libera a la imagen de la analogía con el cuerpo y de la conexión espacial y temporal. Imágenes inmortales que pueden circular por los medios digitales. Aunquela inmortalidad medial" es una nueva ficción para ocultar la muerte. En el panorama de las culturas históricas, el impulso por suprimir a la muerte de las imágenes ha sido siempre el reverso del impulso por fijar nuestro cuerpo en una imagen. (Belting, 2007:230). La presencia a través de las imágenes se complejiza en nuestro contexto contemporáneo. Las imágenes en los medios digitales, la capacidad de producir, manipular, almacenar y circular imágenes se convierte en un espacio de construcción nuevo en relación con la muerte.

 Fotograma de la serie televisiva Black Mirror


El caso de Facebook es mas que singular en ese sentido. Las cuentas de personas fallecidas plantearon la pregunta de qué acciones llevar adelante. La plataforma no permitía dar baja las cuentas, por lo que finalmente permitió la acción convertirlas en “conmemorativa” para inmortalizar a la persona y no permitir funciones similares a las de los demás usuarios. Inmortalizar la cuenta implica que cuando esto sucede sólo los amigos confirmados pueden ver la biografía, al hacer búsquedas deja de aparecer en la sección “Sugerencias” de la página de inicio y los amigos y familiares pueden publicar mensajes en recuerdo del fallecido. Lo interesante de las redes sociales es que construyen prácticas a partir de su propio formato, extendiendo prácticas cotidianas a una especie de vida virtual. Las cuentas de personas fallecidas funcionan como espacios de conmemoración pero también nos presentan prácticas particulares, como las del “seguir en contacto” con la persona ausente. (...)

 Página del cementerio virtual Respectance

Los medios digitales han comenzado a albergar también sitios para personas fallecidas. Así surgieron también los cementerios virtuales. Ejemplo de esto son sitios como Respectance  el Twitter de difuntos, y cementerios online como Parque de Paz, o Memorial Park Cemetery. Los actualmente llamados “rituales funerarios” en internet, fueron el puntapié para pensar cementerios virtuales donde se pudiera dejar condolencias, pagando por una parcela en el espacio virtual. Surgieron también plataformas donde las personas pueden guardar y subir fotos, videos, audios y dejarle mensajes al fallecido. Hay empresas que ofrecen “velorios virtuales”. Un ejemplo es el de sitios como Second Life. Como explica el director de la Federación Argentina de Entidades de Servicio Fúnebre y Afines:

“Colocamos una cámara en la donde está el cuerpo y transmitimos el velorio online . Entonces si un familiar está lejos y por algún motivo no puede viajar, se conecta a Internet y lo sigue desde su casa".


A esta transmisión se le agrega la musicalización de los funerales y los velorios personalizados, además del creciente interés por la tanatoestética. Por otro lado, portales como AssetLock, Deathswitch y Legacy Locker se encargan de gestionar la “herencia digital” de una persona. Nos encontramos ante nuevas formas de cultos virtuales y duelos virtuales donde la imagen tiene un lugar central.

Vemos que la conexión entre la imagen y la muerte no es otra que la de la presencia del cuerpo. El cuerpo ha sido objeto de las más variadas comprensiones, definiciones y genealogías dentro del pensamiento filosófico y científico. Los peculiares vealtorios que en tiempos recientes han sido noticia en Puerto Rico, con difuntos puestos en escenas cotidianas, mientras los familiares se toman selfies junto al cadáver, nos retrotraen a antiguas formas de relación con la muerte, exploradas por Philippe Ariés en Morir en Occidente


 Familiares y seguidores posan junto al cadáver
 embalsmado del boxeador portorriqueño Christopher Rivera


Pero también nuevas, en las que las redes sociales y sus prácticas nos enfrentan a los selfies de funerales (que cuentan con sus propios espacios en la red, como el caso de Tumblr, en los que la imagen establece una relación con la muerte muy diferente. Posando sonrientes, el culto del sí mismo toma como escenario el cadáver y el funeral para ponerse en el centro de una imagen opuesta a la de una vanitas. (...)



Las imágenes y la muerte encuentran en la era digital un nuevo espacio de existencia, que al potenciar la visualidad en forma ilimitada, nos pone frente a un desafío teórico y metodológico para su comprensión. La Cultura visual 2.0 y las prácticas culturales en la red van más allá de explicaciones psicológicas o individuales. Como señala Didi-Huberman, “se pide muy poco a la imagen al reducirla a una apariencia; se le pide demasiado cuando se busca en ella lo real” (Didi-Huberman, 2008). Ficción, realidad, simulacro, copia, la imagen se posiciona en el lugar que excede el decir. Los dispositivos electrónicos la han expandido sobre nuevos medios y han generado prácticas y formas del mirar. La red es un escenario de alta complejidad en el que las conductas colectivas y personales no pueden abordarse simplemente desde lo psicológico. Lógicas de producción, economías visuales se articulan y potencian con imágenes supervivientes, nómadas de los medios. La imagen es inseparable de la mirada. Y la mirada es inseparable de un sujeto que mira. Las imágenes provocan algo más que una simple percepción. En la actualidad  han mudado de medios portadores, y redoblado su presencia al poder ser creadas, producidas y emitidas por el público masivo.
Hace tiempo ya, Blanchot señalaba que 

“el hombre está hecho a su imagen: es lo que nos enseña la extrañeza de la semejanza cadavérica. Pero, ante todo, la fórmula debe ser entendida así: el hombre es deshecho según su imagen. La imagen no tiene nada que ver con la significación, con el sentido, tal como lo implican la existencia del mundo, el esfuerzo de la verdad, la ley y la claridad del día. La imagen de un objeto no sólo no es el sentido de este objeto y no ayuda a su comprensión, sino que tiende a sustraerlo, manteniéndolo en la inmovilidad de una semejanza que no tiene a qué parecerse” (Blanchot, 1992:251).


La íntima relación de la imagen con la muerte es una relación que intercambia pensamientos con el vacío. Las esculturas funerarias medievales, exhibían por fuera la escultura del difunto y, debajo, oculto en la tumba- permanecía su cuerpo-cadáver. Lo que se veía era una imagen y lo que no se veía era su cuerpo. El cuerpo natural cedía así la representación y presencia a un cuerpo en imagen, a un cuerpo medial. Pero el cuerpo en imagen pierde al portador vivo de esa imagen, a su referente. (...)
La crisis del cuerpo, la crisis de lo humano que la era digital pone en juego, nos llevan una y otra vez al problema de la relación cuerpo-imagen. Más allá de la declarada pérdida del cuerpo en el mundo contemporáneo, “la encarnación es todavía un impulso para asegurarse la existencia” (Belting, 2007:137). El ser humano, como hace siglos, continua buscando encarnar en los lugares en los que su cuerpo no puede estar, in effigie, en un avatar, un muro de Facebook o un selfie.
La imagen es un artefacto complejo, inquietante. Detrás del negativo, escribe Roland Barthes,  existe un sólo cuerpo mortal, que puede reproducirse en miles de copias. La imagen es el retorno de lo que no regresa; la muerte parece obstinarse con los ojos y los espejos. Será que- como en el poema de Pavese- para todos, la muerte tiene una mirada.



Lecturas:

Marina Gutiérrez De Angelis, Inmortalidad medial: Imagen y muerte en la era digital, e-imagen Revista 2.0, Sans Soleil Ediciones, España-Argentina.  Para su lectura completa AQUÍ

Entradas relacionadas:

Los Daily Photo Proyects como alegorías de la vida y de la muerte

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lunes, 7 de septiembre de 2015

Dos historias de amor


Entre los relatos reunidos en La noche sexual de Pascal Quignard traducidos por Paz Gómez Moreno en la reciente publicación de Editorial Funambulista, destaco dos inspirados en obras literarias clásicas. El primero en la historia sobre Eros y Psique aparecida en Metamorfosis o El Asno de Oro de Apuleyo escrita en el siglo II d. de C. 
La segunda recrea la leyenda de Leandro y Hero tratada en diferentes versiones a lo largo de la historia; entre las más destacadas, la primera de la que se tiene noticia fue la aparecida en el siglo I a. C. en Heroidas de Ovidio a modo de intercambio de cartas entre dos amantes, después en el siglo V d. C. el bizantino Museo el Gramático le daría forma poética, y ya durante el Renacimiento Chistopher Marlowe comenzaría una extensa versión que tras su muerte concluiría el poeta George Chapman. 
Las acompaño con la selección de algunas pinturas y un grabado impreso también inspirados en esas inmortales historias de amor.



La noche sexual
(capítulos XXIII y XXIV)
por
Pascal Quignard



EROS Y PSIQUE


Giuseppe Maria Crespi, Cupido y Psique, s. XVIII


ELLA TIENE LA LLAMA en la mano izquierda. Se inclina. En la otra mano tiene una navaja afilada.
    Antaño Psique había sido expuesta por su padre en la cima de una roca sobre la que cayó dormida: de pronto un monstruo la raptó. A partir de entonces vivió sola en un palacio misterioso. Unas voces la obedecían como su fueran sus esclavas. Caída la tarde, después de que la noche alcanzara su plenitud, su marido invisible la visitaba, se deslizaba bajo la manta de lana y la penetraba en la noche opaca. No sólo él gozaba en ella, sino que también ella gozaba con él. Él le hablaba, pero no le preocupaba verla. Ella le respondía, pero no le veía, al igual que él no la veía a ella. Ni siquiera su sombra. Ni siquiera su silueta. Un día ella le preguntó:
    -¿Puedo verte?
    Él le respondió:
    -Sí, puedes verme, Psique. Pero piénsatelo. Pues en el mismo momento en que me hayas visto, dejarás de verme.
    Ahora bien, por muy feliz que fuera en los brazos de su marido, la joven desaba conocer el rostro de su raptor.
    Apuleyo da a entender esta queja de Psique en su Metamorfosis:
    -Nunca he podido ver el rostro del ser que me posee todas las noches. Ni siquiera sé a qué mundo pertenece. Tan solo oigo el sonido de su voz, que llega hasta mi oído entre las sombras. En la oscuridad sufro el acercamiento de un ser cuya naturaleza se me escapa (incerti status) y que huye de la luz (lucifugam). Bien que noto que es algún tipo de bestia.
    Psique toma una navaja semicircular (novacula). Afila su hoja. Rellena de aceite una pequeña lámpara portátil, prende la mecha, lo esconde todo bajo un caldero al que da la vuelta.
    Ella espera la noche. La noche llega. El monstruo solamente se presenta una vez que la noche alcanza la plenitud. Sube a la cama. Levanta la manta. La penetra. Goza. Cae dormido.
    Psique, desnuda, levanta la manta, se desliza fuera de la cama. De puntillas, va a levantar el caldero: libera la lámpara de su carcel de tinieblas ciegas (caecae tenebrate custodia). Tiene la lámpara en su mano izquierda. Se acerca. Se siente muy audaz. Levanta el brazo. Pero en cuanto la luz ilumina la cama, distingue a la más dulce de las bestias (dulcissimam bestiam).

 Jacopo Zucchi, Eros y Psique, 1589


Cupido duerme. Hasta la llama de la lámpara se aviva alegremente (hilaratum) al descubrir el joven cuerpo masculino, cautivador y desnudo, que descansa.
Entonces Psique deja caer la navaja semicircular. Su mano izquierda también comienza a temblar. Quiere contemplar todavía más de cerca a aquien desea. Se agacha. Una gota de aceite hirviendo cae sobre el hombro derecho del dios (super umerum dei dexterum). Debido a la quemadura, Cupido se despierta sobresaltado, da un brinco, se transforma en pájaro, levanta el vuelo sin mediar palabra (tacitus). El pájaro sale por la ventana. Se posa en la rama de un ciprés que se alza frente a la ventana abierta de par en  par de la habitación. Dice:
    -Ego quidem, simplicissima Psyche, immemor... (Yo también olvidadizo, Alma simplicísima, ahora huyo...)
    El pájaro abandona la rama del árbol en la que se había posado. Desaparece. Se disuelve en la noche...

François Éduard Picot, Amor y Psique, 1818



LEANDRO Y HERO


Hevelyn de Morgan, Hero esperando el regreso de Leandro, 1885


ELLA TIENE LA LLAMA en la mano derecha. La protege del viento. En lo alto de la torre prende la mecha de la lámpara secreta. Esa lamparita es como la llama de un faro que permite a Leandro orientarse en la negra noche. Museo el Grámatico compuso  su obra maestra a principios del siglo VI. Se trata de la "pequeña epopeya" (epullion) que dedicó a Leandro y a Hero. El autor llama a su poema el Nadador nocturno. Marlowe decía que la narración de Museo era "el poema de amor más hermoso del mundo". Comenzó a traducirlo antes de morir asesinado por su propia mano. La muerte que lo interrumpe le sigue dando un sentido que no aparecía en vida.
    Siempre se le da un sentido a un cadáver traído por el mar.
    Pues es un recuerdo.
    El "nadador nocturno" viviía en Abido. Hero era sacerdotisa de Afrodita y vivía en la orilla del Helesponto: servía en el templo de la diosa que estaba situado en Sesto. Cada noche, para poder reunirse con ella, Leandro tenía que  cruzar el estrecho. Primero se desnudaba para introducirse en el agua, se ataba las ropas a la frente, luego se echaba a nadar guiado por la llama de la lamparita de aceite que la sacerdotisa había prendido en secreto en lo alto de la torre-faro en el extremo de la península.
    Llegó el invierno y el mar helado, rugiente, violento, agitado por súbitas tempestades. Dejaron de verse. De repente Hero no aguanta más sin ver a su amante. ¿Dónde está? ¿Qué hace? Sube a la cubierta de la torre. Prende la lámpara.
    Al otro lado del estrecho, en Abido, el buceador de nuevo se sumerge. El viento sopló. La mecha se apagó. Leandro no pudo encontrar la costa en las tinieblas, entre las olas terribles, bajo las embestidas de la borrasca. Con la primera luz del alba, al pie de la torre, Hero vio como las olas arrastraban el cuerpo mancillado y desfigurado de su amante. Desde lo alto de la torre se arrojó al vacío.

François Chauveau, Hero y Leandro, 1676

    En el texto de Museo, en mitad de la noche, cada vez que el nadador nocturno se pone en pie en la orilla de Sesto, Hero le susurra al oído antes de lavar su cuerpo desnudo:
    -¡Oh, amante mío, olvida el olor de los peces del mar.
    He aquí lo que le susurra Hero a su amante mientras lo lava y lo perfuma en la gran pintura de Delorme, que data de 1814 y que está expuesta cerca del mar, en el museo de Brest.

 Pierre-Claude-François Delorme, Hero y Leandro, 1814


    Quinientos años antes de Museo, Ovidio había inventado dos cartas que los dos amantes se habrían escrito cuando el invierno los separaba.
Leander Heroni (Leandro a Hero) : Ya que no puedo ir, me veo obligado a escribirte. Acerca los labios, abre la boca, enseña los dientes, roe el cordelillo bajo el sello de lacre. Ya que no puedes amarme, léeme. Desnudo, era yo a la vez navío, timonel, barquero. Cada noche, bajo la claridad de la luna, al descender de la roca, dos veces me desnudaba. Cada noche , a poco que esta fuera tranquila, dos veces me despojaba de mis ropas: para introducirme en el agua, para introducirme en ti. Dos veces sumergía mi rostro. Dos veces utilizaba los remos de mi cuerpo. Dos veces un agua conocida (nota aqua) me atraía. Me abría paso. Me sumía en el silencio. Nullaque vox usquam, nullum veniebat ad aures praeter dimotae corpore murmur aquae... De ninguna parte en el espacio voz alguna llegaba a mis oídos. Ningún murmullo se levantaba si no era el del agua que mi cuerpo desplazaba en la noche.
    Hero Leandro (Hero a Leandro): ¿Dónde está ese cuerpo que mi mano secaba cuando salía totalmente desnudo del mar en la claridad de la luna? Lo lavamos en la sala de al lado. Me digo a mí misma: Veni. Non patienter amo. Ven. Amo sin paciencia. Les hablo de ti muerto a todas las cosas que me rodean. Odio el mar. Odio la torre, la llama, el viento, la orilla vacía, las gaviotas y las cornejas que graznan. Mi nodriza enjuga mis lágrimas con su pulgar. Odio su compasión y su actitud solícita. Odio el manto seco que he tenido en las manos mientras he permanecido sentada. Odio a Ulises que sobrevivió al naufragio, dormido, demacrado, barbudo, sucio, respirando entre la maleza de la isla del rey de los feacios. Odio el huso que cae, el delfín que nada, el pecio que arrasa la ola. Leandro, voy a levantarme, voy a reunirme contigo allí donde estás. Ahora me toca a mí dejar las ropas en el borde de la torre. Me lanzo de repente al aire como un gavilán marino. Ahora me toca a mí ir a reunirme contigo en el fondo del reino húmedo y nocturno del mar. 

 William Etty, Hero y Leandro, 1828


Lecturas:

Pascal Quignard, La noche sexual. Editorial funambulista 2013

Apuleyo, La metamorfosis o el asno de oro. Biblioteca digital Miguel de Cervantes 1999

Christopher Marlowe, Hero y Leandro. La Palma Ediciones 2009

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