Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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lunes, 7 de septiembre de 2015

Dos historias de amor


Entre los relatos reunidos en La noche sexual de Pascal Quignard traducidos por Paz Gómez Moreno en la reciente publicación de Editorial Funambulista, destaco dos inspirados en obras literarias clásicas. El primero en la historia sobre Eros y Psique aparecida en Metamorfosis o El Asno de Oro de Apuleyo escrita en el siglo II d. de C. 
La segunda recrea la leyenda de Leandro y Hero tratada en diferentes versiones a lo largo de la historia; entre las más destacadas, la primera de la que se tiene noticia fue la aparecida en el siglo I a. C. en Heroidas de Ovidio a modo de intercambio de cartas entre dos amantes, después en el siglo V d. C. el bizantino Museo el Gramático le daría forma poética, y ya durante el Renacimiento Chistopher Marlowe comenzaría una extensa versión que tras su muerte concluiría el poeta George Chapman. 
Las acompaño con la selección de algunas pinturas y un grabado impreso también inspirados en esas inmortales historias de amor.



La noche sexual
(capítulos XXIII y XXIV)
por
Pascal Quignard



EROS Y PSIQUE


Giuseppe Maria Crespi, Cupido y Psique, s. XVIII


ELLA TIENE LA LLAMA en la mano izquierda. Se inclina. En la otra mano tiene una navaja afilada.
    Antaño Psique había sido expuesta por su padre en la cima de una roca sobre la que cayó dormida: de pronto un monstruo la raptó. A partir de entonces vivió sola en un palacio misterioso. Unas voces la obedecían como su fueran sus esclavas. Caída la tarde, después de que la noche alcanzara su plenitud, su marido invisible la visitaba, se deslizaba bajo la manta de lana y la penetraba en la noche opaca. No sólo él gozaba en ella, sino que también ella gozaba con él. Él le hablaba, pero no le preocupaba verla. Ella le respondía, pero no le veía, al igual que él no la veía a ella. Ni siquiera su sombra. Ni siquiera su silueta. Un día ella le preguntó:
    -¿Puedo verte?
    Él le respondió:
    -Sí, puedes verme, Psique. Pero piénsatelo. Pues en el mismo momento en que me hayas visto, dejarás de verme.
    Ahora bien, por muy feliz que fuera en los brazos de su marido, la joven desaba conocer el rostro de su raptor.
    Apuleyo da a entender esta queja de Psique en su Metamorfosis:
    -Nunca he podido ver el rostro del ser que me posee todas las noches. Ni siquiera sé a qué mundo pertenece. Tan solo oigo el sonido de su voz, que llega hasta mi oído entre las sombras. En la oscuridad sufro el acercamiento de un ser cuya naturaleza se me escapa (incerti status) y que huye de la luz (lucifugam). Bien que noto que es algún tipo de bestia.
    Psique toma una navaja semicircular (novacula). Afila su hoja. Rellena de aceite una pequeña lámpara portátil, prende la mecha, lo esconde todo bajo un caldero al que da la vuelta.
    Ella espera la noche. La noche llega. El monstruo solamente se presenta una vez que la noche alcanza la plenitud. Sube a la cama. Levanta la manta. La penetra. Goza. Cae dormido.
    Psique, desnuda, levanta la manta, se desliza fuera de la cama. De puntillas, va a levantar el caldero: libera la lámpara de su carcel de tinieblas ciegas (caecae tenebrate custodia). Tiene la lámpara en su mano izquierda. Se acerca. Se siente muy audaz. Levanta el brazo. Pero en cuanto la luz ilumina la cama, distingue a la más dulce de las bestias (dulcissimam bestiam).

 Jacopo Zucchi, Eros y Psique, 1589


Cupido duerme. Hasta la llama de la lámpara se aviva alegremente (hilaratum) al descubrir el joven cuerpo masculino, cautivador y desnudo, que descansa.
Entonces Psique deja caer la navaja semicircular. Su mano izquierda también comienza a temblar. Quiere contemplar todavía más de cerca a aquien desea. Se agacha. Una gota de aceite hirviendo cae sobre el hombro derecho del dios (super umerum dei dexterum). Debido a la quemadura, Cupido se despierta sobresaltado, da un brinco, se transforma en pájaro, levanta el vuelo sin mediar palabra (tacitus). El pájaro sale por la ventana. Se posa en la rama de un ciprés que se alza frente a la ventana abierta de par en  par de la habitación. Dice:
    -Ego quidem, simplicissima Psyche, immemor... (Yo también olvidadizo, Alma simplicísima, ahora huyo...)
    El pájaro abandona la rama del árbol en la que se había posado. Desaparece. Se disuelve en la noche...

François Éduard Picot, Amor y Psique, 1818



LEANDRO Y HERO


Hevelyn de Morgan, Hero esperando el regreso de Leandro, 1885


ELLA TIENE LA LLAMA en la mano derecha. La protege del viento. En lo alto de la torre prende la mecha de la lámpara secreta. Esa lamparita es como la llama de un faro que permite a Leandro orientarse en la negra noche. Museo el Grámatico compuso  su obra maestra a principios del siglo VI. Se trata de la "pequeña epopeya" (epullion) que dedicó a Leandro y a Hero. El autor llama a su poema el Nadador nocturno. Marlowe decía que la narración de Museo era "el poema de amor más hermoso del mundo". Comenzó a traducirlo antes de morir asesinado por su propia mano. La muerte que lo interrumpe le sigue dando un sentido que no aparecía en vida.
    Siempre se le da un sentido a un cadáver traído por el mar.
    Pues es un recuerdo.
    El "nadador nocturno" viviía en Abido. Hero era sacerdotisa de Afrodita y vivía en la orilla del Helesponto: servía en el templo de la diosa que estaba situado en Sesto. Cada noche, para poder reunirse con ella, Leandro tenía que  cruzar el estrecho. Primero se desnudaba para introducirse en el agua, se ataba las ropas a la frente, luego se echaba a nadar guiado por la llama de la lamparita de aceite que la sacerdotisa había prendido en secreto en lo alto de la torre-faro en el extremo de la península.
    Llegó el invierno y el mar helado, rugiente, violento, agitado por súbitas tempestades. Dejaron de verse. De repente Hero no aguanta más sin ver a su amante. ¿Dónde está? ¿Qué hace? Sube a la cubierta de la torre. Prende la lámpara.
    Al otro lado del estrecho, en Abido, el buceador de nuevo se sumerge. El viento sopló. La mecha se apagó. Leandro no pudo encontrar la costa en las tinieblas, entre las olas terribles, bajo las embestidas de la borrasca. Con la primera luz del alba, al pie de la torre, Hero vio como las olas arrastraban el cuerpo mancillado y desfigurado de su amante. Desde lo alto de la torre se arrojó al vacío.

François Chauveau, Hero y Leandro, 1676

    En el texto de Museo, en mitad de la noche, cada vez que el nadador nocturno se pone en pie en la orilla de Sesto, Hero le susurra al oído antes de lavar su cuerpo desnudo:
    -¡Oh, amante mío, olvida el olor de los peces del mar.
    He aquí lo que le susurra Hero a su amante mientras lo lava y lo perfuma en la gran pintura de Delorme, que data de 1814 y que está expuesta cerca del mar, en el museo de Brest.

 Pierre-Claude-François Delorme, Hero y Leandro, 1814


    Quinientos años antes de Museo, Ovidio había inventado dos cartas que los dos amantes se habrían escrito cuando el invierno los separaba.
Leander Heroni (Leandro a Hero) : Ya que no puedo ir, me veo obligado a escribirte. Acerca los labios, abre la boca, enseña los dientes, roe el cordelillo bajo el sello de lacre. Ya que no puedes amarme, léeme. Desnudo, era yo a la vez navío, timonel, barquero. Cada noche, bajo la claridad de la luna, al descender de la roca, dos veces me desnudaba. Cada noche , a poco que esta fuera tranquila, dos veces me despojaba de mis ropas: para introducirme en el agua, para introducirme en ti. Dos veces sumergía mi rostro. Dos veces utilizaba los remos de mi cuerpo. Dos veces un agua conocida (nota aqua) me atraía. Me abría paso. Me sumía en el silencio. Nullaque vox usquam, nullum veniebat ad aures praeter dimotae corpore murmur aquae... De ninguna parte en el espacio voz alguna llegaba a mis oídos. Ningún murmullo se levantaba si no era el del agua que mi cuerpo desplazaba en la noche.
    Hero Leandro (Hero a Leandro): ¿Dónde está ese cuerpo que mi mano secaba cuando salía totalmente desnudo del mar en la claridad de la luna? Lo lavamos en la sala de al lado. Me digo a mí misma: Veni. Non patienter amo. Ven. Amo sin paciencia. Les hablo de ti muerto a todas las cosas que me rodean. Odio el mar. Odio la torre, la llama, el viento, la orilla vacía, las gaviotas y las cornejas que graznan. Mi nodriza enjuga mis lágrimas con su pulgar. Odio su compasión y su actitud solícita. Odio el manto seco que he tenido en las manos mientras he permanecido sentada. Odio a Ulises que sobrevivió al naufragio, dormido, demacrado, barbudo, sucio, respirando entre la maleza de la isla del rey de los feacios. Odio el huso que cae, el delfín que nada, el pecio que arrasa la ola. Leandro, voy a levantarme, voy a reunirme contigo allí donde estás. Ahora me toca a mí dejar las ropas en el borde de la torre. Me lanzo de repente al aire como un gavilán marino. Ahora me toca a mí ir a reunirme contigo en el fondo del reino húmedo y nocturno del mar. 

 William Etty, Hero y Leandro, 1828


Lecturas:

Pascal Quignard, La noche sexual. Editorial funambulista 2013

Apuleyo, La metamorfosis o el asno de oro. Biblioteca digital Miguel de Cervantes 1999

Christopher Marlowe, Hero y Leandro. La Palma Ediciones 2009

 .

4 comentarios:

Moisés dijo...

Disfruto mucho con estas historias de amor que surcan siglos hasta llegar a nuestros días, además de la pintura que siempre retrató estas historias mitológicas. No conocía la de Leandro y Hero.

Buen comienzo de septiembre, muy romántico todo.

Un saludo.

Jan dijo...

La historia de Leandro y Hero no es tan conocida como la de Eros y Psique, pero me parece oportuno recordarla por que es preciosa.
En el estrecho del Bosforo, en medio de las aguas que dividen a la actual Estambul entre Europa y Asia, se encuentra una torre construida sobre una formación rocosa que en época bizantina era conocida como La Torre de Leandro en homenaje al joven nadador que se ahogó por ir a encontrarse con su amada. Tras el dominio turco pasó a conocerse como La Torre de la Doncella en recuerdo de otra historia también de amor.

M.A.O dijo...

Conmovedoras historias, la fuerza del amor, la impaciencia del amor. Quizá cada historia de amor sea un poco mítica, un poco poética, todo eso mientras dura, y en tanto ambos amantes se prometen eternidades que un día ya no lo serán. Entonces nadie sabrá cómo, ni cuándo ni dónde...pero todo termina, para volver a comenzar. Un ciclo inacabable de amor y desamor, de recuerdos y olvidos, de momentos añorados, inventados, soñados. La mágica presencia de ese sentimiento tan bello como extraño: el amor. Timonel de un barco fantasma, proa hacia una sola orilla, siempre...mientras dura. Gracias por compartir estas historias querido Jan.

Van abrazos desde mi casi primavera hasta tu casi otoño.

Saludos querido Amigo!!!

Jan dijo...

Tu referencia al ciclo del amor y a las estaciones que ya se dejan notar en nuestros diferentes hemisferio, me trajo a la cabeza la letra de una canción llena de ironía donde se mezclan estas cuestiones:

"Primavera, la espera.
Verano, la mano.
Otoño, un retoño.
Invierno, un infierno.
Esto.., es.., el amor..."

Y vuelta a empezar..?

Un enorme abrazo querida Mabel en este día otoñal de la Diada de Catalunya.